En la
historia de nuestros gobernadores, a partir de 1972, el recurso político
preferido por nuestros mandatarios ha sido la demonización del adversario
antecesor. Usado ese recurso como
sombrilla protectora, la invitación al pueblo era para que no juzgara al
incumbente en términos de sus ejecutorias reales --- o falta de ellas --- sino
a “la pasada administración” que eran, desde Luis Ferre a Luis Fortuño, los
mercaderes del desastre --- 7 desastres consecutivos, a la fecha de hoy.
Alejandro
García Padilla inauguró un nuevo estilo:
encarar los problemas y no a sus antecesores. En el fondo, eso se explica por su carácter: afectuoso, entusiasta, positivo, atado
al optimismo. El pasado como queja
no resuelve nada, excepto como lección, pero nunca como excusa para complacerse
en lo negativo, cuando aspiró al poder y lo obtuvo como compromiso de
futuro. A ese estilo y ese propósito
he llamado anteriormente “optimismo metodológico”. Tiene sus méritos prácticos, como por ejemplo evitar que la
garata partidista y personalista consuma las energías que requiere la acción,
el cambio, la depuración moral de la función pública.
Pero el
optimismo tiene un límite: la
terca realidad objetiva de las cosas.
Y en ese sentido Alejandro subestimó la gravedad de la herencia
recibida, que si no se asume frontalmente, patea. Y esa patada obliga a un cambio de actitud, método y
enfoque, lo que a su vez requiere una sinceración con el pueblo. En otras palabras, un realismo
obligatorio.
Eso es
lo que ha acontecido este fin de semana.
El Gobernador ha confesado --- como decían los americanos originales en
los días de la ocupación de lo que después se llamaron las 13 colonias --- que
“los indios vienen”, esto es, que los especuladores de bonos y acciones en
Estados Unidos están pasando la cuenta a Puerto Rico después de exprimirlo
hasta el hueso, juntando su avaricia con la irresponsabilidad de nuestros
gobernadores.
El arte
de la política requiere aspirar a lo mejor, como si fuera posible, pero estar preparado para lo peor, sin que
tiemble el pulso ni se abandone el timón.
Esa es
la nueva dimensión gubernativa en
que ahora entramos. Puerto Rico
necesita que Alejandro enfrente competentemente la adversidad que heredó y
pueda reclutar la solidaridad de todo el País hacia una salida airosa durante
los próximos años.
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