Para
calar en la raíz del fraude político que representó Luis Fortuño como gobernador
de Puerto Rico, hay que preguntarse de dónde vino, a qué vino, y los métodos y
procesos que utilizó para llegar.
En primer
lugar, procede de un grupúsculo oligárquico cuyo único dios es el dinero: un bufete corporativo ajeno a la ética
y responsivo sólo a la ganancia, en total abstracción de la justicia, la
caridad o la verdad. Así actuó de
gobernador. No dirigió la Rama
Ejecutiva, no explicó sus decisiones cavernarias, no se defendió de las
impugnaciones gerenciales y éticas de su equipo corrupto, porque no podía
hacerlo. Porque él fue a Fortaleza
para hacerse multimillonario, y muchos de esos millones le llegaron a través de
su esposa, que por primera vez en la historia, como Primera Dama, abjura de su
rol de líder moral de alguna causa social para dedicarse --- usando recursos públicos
para hacerlo --- al lucro producto de influencias derivadas de quién es y lo
que hace su esposo gobernador.
Una
mirada retroactiva al liderato político puertorriqueño --- de Luis Muñoz Rivera
a Luis Fortuño, un siglo y cuarto --- nos enseña que nuestros líderes de todas
las persuasiones tenían un contacto vivo y continuo con su pueblo, lo conocían
y se mezclaban con él y se hacían eco de sus penurias y aspiraciones. No así Fortuño, que sale de un cubículo
legal de la Milla de Oro --- con los valores que allí imperan --- con el sólo propósito
que comparten todos los que allí trabajan para sí mismos.
El
resultado lo hemos visto y sufrido patentemente: la distribución de la riqueza pública, producto del trabajo
del pueblo, hacia la oligarquía que lo llevó al poder con sus inversiones de
campaña, sustrayendo ese capital público de los servicios debidos al País y ese
despido de docenas de miles de servidores públicos para financiar “la empresa
criminal” que es el PNP, en palabras de un médico PNP hace apenas dos
noches.
Por eso
es que este conejo corrupto anda calladito después de su rechazo por el pueblo. ¡Porque calladito se ve más bonito!
Nos
espantan las fechorías de Jenniffer González y Tomás Rivera Schatz después de
la derrota: barriles PNP
multimillonarios, oficinas de jeques y emires árabes, destruyendo la planta física
del distrito capitalino, atornillamientos y nombramientos ilegales e inmorales,
o ambos. Todo eso como si las
nuevas mayorías populares no existieran.
Yo me pregunto, y el pueblo se va preguntando: ¿Es que existen? ¿Es que se atreven? Porque en enero, ¿quiénes asignan
oficinas… los que perdieron o los que ganaron? Porque si los que ganaron no se atreven a usar el poder que
el pueblo les confió, mejor es que renuncien desde ahora.
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