No soy
un deportista profesional. Si
acaso, un fanático “part-time” de nuestros equipos. Pertenezco a la época de mentores deportivos como Rafael
Pont Flores y Pepe Seda, mis amigos además en sus últimos lustros de faena
deportiva. Lo ocurrido en San
Francisco anoche, sin embargo, me mueve a una reflexión deportiva, pero mucho
más.
El
lector sabe que en las competencias deportivas de Puerto Rico hacia dentro, nos
dividimos las lealtades y los respaldos y los entusiasmos. Guerrillas de familia. Pero cuando competimos playas afuera,
nos convertimos en patriotas combatiendo al extraño, y sufrimos las derrotas y
nos gozamos las victorias como un sólido haz de orgullo y unidad deportiva y más
allá del deporte.
Los últimos
triunfos de Puerto Rico en la arena internacional del béisbol han llegado al tuétano
de nuestra nacionalidad, mediante triunfos contra los dos equipos proclamados
por la cátedra deportiva como punto menos que invencibles: Estados Unidos y Japón. Vale recordar que esa cátedra
deportiva, en su vertiente norteamericana, nos menospreció como opción de
triunfo en los partidos cruciales.
¿Qué pasó?
Por un
lado, que la pelota es redonda, y el bate tiende a serlo igualmente. Pero detrás de esa igualdad de condiciones opera un espíritu
orgulloso, combativo, disciplinado y capaz de auparse hasta la grandeza. Eso fue lo que sucedió exactamente esta
semana en Miami y San Francisco.
¿Claves
más allá del patriotismo y la destreza peloteril? Tiene razón el gobernador cuando acertadamente destacó el
rol del tesón, la cría boricua --- hasta la fecha bastante limitada al deporte y
algunos episodios aislados y trágicos de nuestra historia --- en estos
objetivamente inesperados triunfos.
Pero se queda corto el gobernador, porque la clave de esos dos triunfos
--- enviar temprano a casa a los americanos y a los japoneses --- estuvo en la dirección
del equipo, en ese magnífico y taciturno líder que es Edwin Hernández. Enfrentado a la leyenda Joe Torre ---
el gurú Yankee, y su equivalente japonés --- los superó en estrategia, en tácticas
brillantes en la utilización de sus supuestos inferiores recursos,
especialmente en el uso de sus relevistas, que le respondieron con la precisión
de reloj suizo, mientras Torre y Madduc molían vidrio por el fallo de los
suyos.
Edwin Hernández
jugó su equipo como tal, como un todo perfectamente acoplado: dirigido, como se supone hagan los líderes,
sin aspavientos, sin vacilaciones, sin complacencias para nadie que no sea el
equipo y la victoria.
El que
no aprenda de esta experiencia es porque no quiere, o no puede, que es igual.
excelente solo una correccion el apellido es rodriguez
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