El
liderato político mundial --- Europa y America especialmente --- se conmovieron
antier ante el fallecimiento de Adolfo Suárez, el padre de la democracia
española y de su actual constitución liberal, ya hoy 37 años vieja.
Hombre
inteligente, elegante, articulado, que aunque venía del franquismo más depurado
propició la democracia más inclusiva --- desde la apolillada derecha hasta la
más militante izquierda comunista de Santiago Carrillo --- todos españoles con
ansias de convivencia pacífica, alentada desde la monarquía por su amigo, el
Rey Juan Carlos.
Suárez
presidió dos gobiernos, el primero a raíz de cuadrar el consenso español ---
que nunca se logró en tiempos de la república del 36 ---, el segundo como
continuidad de su propia gestión de excelso liderato. Andando el tiempo, sin embargo, los extremos utilizaron sus
maquinarias para desbancarlo, tales como el socialismo de Felipe González y el
proto-fascismo de José María Aznar.
Andando el tiempo también Suárez tuvo que enfrentarse a otra maquinaria
más implacable aún: Alzheimer, la
pérdida de su propia memoria.
Mientras
la memoria histórica y política se aferra a su ingente obra de transición histórica,
él mismo pierde la memoria personal y con ello la vida. Toda España, toda Europa, toda America
recuerdan, conmovidos, su vida y su obra.
Sólo en
Puerto Rico hemos tenido que sufrir el vejamen de ignorar la grandeza de aquel espíritu. El periódico El Nuevo Día se encargó
del insulto: página 31, en una sección
titulada “Breves”, le dedica 2 pulgadas y media a la noticia, de espaldas,
vergonzosamente, a un mundo democrático conmovido por la pérdida del prócer.
Decía
el filósofo inglés G.E. Moore que “cada cosa es lo que es, y no otra cosa”.
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