Una de
las formas en que en nuestros días se expresa el romanticismo ideológico es el
del lamento borincano sobre la emigración de los puertorriqueños a los Estados
Unidos, por causas estrictamente económicas. Ese lloriqueo seudo-patriótico me recuerda al de muchos
argentinos sobre el vía crucis de Evita Perón durante la dictadura peronista y
luego sobre la subsiguiente dictadura militar de los generalotes.
“No
llores por mí, Argentina”, decía la insigne defensora del pueblo, para quien su
martirologio estaba transparentemente claro; se es o no se es defensora del
pueblo, mártir de su causa, sin sentimentalismos o lloriqueos.
Muchos
comentaristas de la cosa pública en Puerto Rico lamentan a diario el creciente proceso
de emigración puertorriqueña a los estados. No es la primera vez ni la más numerosa. En los años cincuenta del pasado siglo
la emigración era masiva, continua y organizada tanto para salir de aquí como
para recibirlos y ayudarles allá, con oficinas del gobierno para esos propósitos.
¿Y
porqué se iban entonces? Por las
mismas razones que emigran ahora:
buscando trabajo, una mejor vida para sus familias. Entonces, de 1941 al 1960, mientras
Puerto Rico peleaba sus batallas de producción y manos a la obra, la población
resultaba demasiado numerosa para los empleos que la economía privada o el
gobierno podían producir. Por
tanto, se necesitaba una válvula de escape, por lo que aquella emigración ayudó
grandemente a equilibrar la relación de necesidad familiar y empleo. Luego, cuando el desarrollo económico
lo permitió, muchos de nuestros compatriotas regresaron, con destrezas y
recursos para su propia manutención.
Hoy,
ante el desempleo rampante, y la necesidad apremiante, el puertorriqueño joven,
y el profesional desempleado emigran por las mismas razones que en la década de
los 50 del pasado siglo: para su
mejor bienestar personal y familiar.
¿Qué se
pretende con el lamento borincano nuevo?
¿Que se queden aquí, en la penuria y la desmoralización? Precisamente, esa es una de las
ventajas del ELA – un subcontinente como ámbito migratorio de la común ciudadanía,
sin pedirle permiso a nadie.
Toda la
historia de la humanidad es una de emigraciones e inmigraciones, en el mundo ancho
y ajeno que es la modernidad.
No
lloremos por los que emigran; lloremos por los que se quedan, en la miseria y
la frustración. El que emigra,
como Evita Perón, sabe lo que quiere, a qué aspira, y donde conseguirlo, sin
miedo de que se los trague el holandés.
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