En su afán de universalizar su mesianismo, el apóstol Pablo le dejó a la Iglesia Católica la conveniente y acomodaticia doctrina sobre dos clases de pecado: los mortales y los veniales, de tal manera que todas las ovejas quedaran dentro del rebaño cristiano, después católico-romano.
Los pecados veniales --- de poca monta, productos de una carne enferma --- son excusables en términos de la frágil naturaleza humana, los que se comenten sin querer queriendo. Tiene que ver con el cuerpo --- la gula, el sexo, el robo, la crueldad y cosas por el estilo, mientras que los pecados mortales comprometen el alma; son los pecados del espíritu y sólo pueden ser perdonados por Dios mismo, y ello sólo después de un arrepentimiento dramático y de manos de la más alta autoridad de la Santa Madre. De esa manera se salvan los dogmas de la Iglesia.
Este esquema, tan conveniente y tan falaz, es el que seguramente palpita en la mollera del presidente Barack Obama. Ha perdonado y conmutado sentencias a los más despreciables criminales de la nación, pero Oscar López Rivera no le mueve un nervio de la cara, entrenado para lidiar con la doble verdad de la Santa Madre, aunque no sea un católico oficial.
¿Cuál ha sido el pecado de Oscar? Combatir la colonia y sus agentes. No mató a nadie, pues su pecado fue espiritual, moral, político, como los de Patrick Henry y Washington y tantos otros paladines de la libertad americana, que la historia convirtió en opresión para Puerto Rico. Lo que los verdugos americanos le exigen a Oscar es abjurar de sus convicciones de conciencia, de su pecado espiritual. Se trata, en el caso del Presidente, de un verdadero pecado de conciencia, abominable y despreciable.
Ojalá que para fines de su mandato Obama rescate su conciencia y desista de despreciar la de Oscar, y la del pueblo de Puerto Rico.