De Carmen Yulín al PPD: “Yo soy la resurrección y la vida: el que crea en mí aunque esté muerto vivirá”.
Un aprecio objetivo del impacto de Carmen Yulín Cruz en la ciudadanía política de nuestro pueblo a la altura del 2020 no puede obviar la apreciación de que su decisión comporta una transformación de las opciones y los problemas de nuestro pueblo frente a la inevitabilidad de un proceso eleccionario que se nos viene encima implacablemente.
La realidad que le sirve de reto a la alcaldesa es insoslayable: el PPD está muerto, exánime de voluntad y ciego en cuanto a visión.
La lección que nos brinda la historia - de 1887 al 2019 -- es sencilla y elocuente. Los partidos políticos nacen como respuesta a las crisis de orientación, de voluntad de servicio, y de capacidad para empujar soluciones de futuro que sean relevantes a las crisis de valores y frente a la mortandad asfixiante.
Así nacieron y sirvieron y murieron todos nuestros partidos históricos. En esa especie de moira -- destino o vocación de muerte -- nos hemos desenvuelto de 1938 hasta hoy. Lo que acaba de proclamar Carmen Yulín es idéntico a lo que hizo Don Luis Muñoz Marín en 1938 al declarar muerto al viejo Partido Liberal y fundar un movimiento que respondiera a las necesidades y desesperanzas del pueblo. Duró con sus glorias y miserias hasta 1968. El sentimiento que presidió la debacle de 1968 era sencillo: “Este es mi partido, yo lo fundé y yo lo destruyo”. Amen!
¿Cuál es nuestra presente realidad política? El movimiento de 1938 cuajó en partido; el partido se agotó y está muerto. Se necesita otro movimiento de democracia y justicia. Eso es lo que Carmen Yulín plantea: como en 1938, en 2019 hay que atreverse a atreverse. Partido inclusivo -- caben todos los insatisfechos -- y programa relevante a las necesidades del pueblo, sin corrupción, sin envanecimientos.
Ante la importante crisis moral y administrativa el rossellismo, y la mortandad del PPD, Carmen Yulín parece decir, “yo soy la resurrección y la vida. El que crea en mí, aunque esté muerto vivirá”. ¡Oops! ¡Perdón por el lapsus theologicum!