Se
trata de comunicar opiniones, educadas y responsables, sobre ese rumbo. Quiero hablarle al pueblo sano, de
todas las capas sociales, que sufre y espera por una salida del túnel tenebroso
en que lo ha sumido el régimen fascista de Luis Fortuño y su comparsa de
riquitos beneficiados.
La
premisa básica de mi enfoque arranca del concepto de que la lucha y las
campañas políticas en una democracia funcional y honesta tienen que basarse en
programas de acción gubernamental dirigidos a resolver los problemas y
necesidades del pueblo, de todo el pueblo. No pueden basarse en ideologías huecas, quimeras derivadas
de supuestos ideales – los status perfectos—que por su naturaleza escapan a las
posibilidades de la acción gubernamental en periodos de cuatro años, que son el
límite autorizado por la Constitución y el pueblo en las urnas. Las ideologías son eternas y no se
resuelven en las elecciones.
Sirven de mamparas para esconder deficiencias en la gestión de los
gobernantes.
Claro
está, en el caso de Luis Fortuño la ideología se presenta como programa: de esa
manera se mezcla el status – ideología – con las elecciones, robándole al
pueblo la oportunidad de evaluar al gobernante en sus méritos o deméritos, al
escudarse detrás de la ideología fantasiosa de la estadidad.
Fortuño
postula, como la derecha lunática norteamericana, que el gobierno es el
problema. La democracia, por el
contrario, supone que el gobierno efectivo, honesto y competente, es el
principal recurso del pueblo para resolver sus problemas – para el bien común,
no para el bien de grupitos acaudalados.
Fortuño
desmantela el gobierno, destruye sus instituciones – Colegio de Abogados,
Universidad, Tribunal Supremo, AEELA, Comunidades Especiales, Fideicomiso del
Caño – y se las entrega al Partido Nuevo Progresista, mientras transfiere los
fondos públicos, para el servicio del pueblo, de todo el pueblo, a contratistas
privados abonados de su oligarquía.
Mientras
tanto, Luis Fortuño, es insaciable para su acaparamiento del poder, como Hugo Chávez,
Fidel Castro, Daniel Ortega y Rafael Correa, porque los extremos se juntan en
la gula del poder.
El último
ejemplo, mal ejemplo, de esa gula partidista de Luis Fortuño, lo constituye el
operativo político manejado desde
Fortaleza, en que el Secretario de Justicia --¡pobre diablo! – la Procuradora
de la Mujer y la Secretaria de la Familia ofrecen un espectáculo de
ensañamiento contra un líder de la oposición por el cual se sienten amenazados
en la contienda electoral: ¡Hay que destruirlo! Esa es la fea cara del
fascismo, máscara de la carita lindora de Luis Fortuño.
En el
caso Maravilla, de 1978, Carlos Romero montó un operativo igual con sus Secretarios
de Justicia, varios que salieron trasquilados en las cortes y en la opinión pública,
incluyendo desaforos de varios fiscales y desenmascaramiento de varios senadores: Nicolás Nogueras, Orestes Ramos y Efraín
Santiago.
Si los
gobernadores proto-fascistas no aprenden, el pueblo debe aprender a juzgar a
los mercaderes del poder partidista absoluto.
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