La vida
política, desde el punto de vista de sus agentes, los políticos, se constituye
de dos elementos que, por lo menos nominalmente, parecen cancelarse entre
sí. Por un lado está la motivación
del servicio al pueblo, más allá de servirse el político a sí mismo.
Ahora
bien, esa ética del servicio público como reto y oportunidad de realización
personal, está siempre enfrentada a la ambición personal y a la gula sensorial
de la gratificación del poder, del dinero, o de la vanagloria casi erótica del
figureo y el protagonismo fanfarrón y hueco, vacío por dentro.
Estos
problemas, como signos contrapuestos de la sicología política, están lúcidamente
tratados en los Papeles del Federalista, la explicación más completa y sagaz de
los principios de la Constitución de los Estados Unidos, en su artículo número
10, escrito por James Madison.
El Bien
Común, decía Madison, es producto de dos elementos antitéticos de la Constitución,
a saber: la función del cargo que
se ocupa o a que se aspira, por un lado, y por el otro la exigencia de la función
asignada a ese cargo. Porque la función
exige dedicación , esfuerzo y sacrificio --- servicio a la nación, al pueblo,
más que a sí mismo, por un lado.
Por el otro, sin embargo, eso es posible si existe la ambición, la
voluntad, el carácter firme y positivo para aspirar a ese servicio.
El
lector está invitado a juzgar nuestra actual crisis política y económica en términos
de los valores que hoy asignamos en Puerto Rico a cada lado de esa ecuación: ambición,
servicio. Se trata de una variante
de la distinción que hacía en el escrito de anoche entre la clase política-administrativa-gerencial
y la clase dirigente, en términos de ideas, conciencia moral, utopismo ético si
se quiere.
Trate
el lector de ubicar esos principios y esas diferenciaciones en la presente anonimia
puertorriqueña: ausencia de normas
que den dirección de futuro y de ideales que le den porvenir además de futuro a
nuestra pobre ínsula.
No hay comentarios:
Publicar un comentario