La
patria que tenemos, la única, al margen de las fiebres ideológicas de sus
fracasados redentores, es producto de tres capítulos diferentes de protagonismo
político. El primero, el de Muñoz
Rivera, que le arrebató la autonomía al despotismo español, a fuerza de verbo,
voluntad y entereza patriótica. El
segundo, el de su vástago Luis Muñoz Marín, que llevó el credo autonomista
hasta la expresión electoral de nuestro pueblo, el consentimiento del Congreso
y la anuencia de las Naciones Unidas para con el Estado Libre Asociado, y el
desarrollo económico necesario para darle contenido al nuevo status político. Que los Estados Unidos hayan
traicionado esa ejecutoria es muy otra cosa. Esa fue la experiencia de Rafael Hernández Colón como
gobernador del ELA, experiencia que lo traumatizó hasta secarle las fuentes de
la voluntad y altivez política, que tanto ejemplificaron Muñoz Rivera y Muñoz
Marín.
Como
“padre” de la nueva patria del ELA, Rafael Hernández Colón ha abrazado el
colonialismo de una manera vergonzante.
Ni voluntad, ni coraje, ni realismo político para ver la
irresponsabilidad de los Estados Unidos en y para con Puerto Rico, más allá de
unos dineros para aliviar la pobreza, con los cuales han comprado el silencio
consentidor del actual liderato del PPD, desde que Rafael Hernández Colón lo
administra, por cobardía suya y de sus sucesores.
¿Balance? La Patria como autonomía, gracias a
Luis Muñoz Rivera; la Patria como Estado Libre asociado, con Luis Muñoz Marín;
y luego, como colofón de nuestra tragedia histórica, la Patria como colonia
consentida de Rafael Hernández Colón y su familia.