La
Segunda Guerra Mundial se peleó a nombre de la humanidad, para ponerla a salvo
del salvajismo nazi, aunque a su culminación cayera víctima del salvajismo
estalinista. Contra eso también
luchó la humanidad civilizada de Europa y América. El lema de esa lucha de la civilización contra la barbarie
se hizo a nombre de la democracia, que entrañaba la libertad personal y
justicia social. Todo ello implicó
una era de relativa paz y prosperidad, de 1945 al 2000 --- desde Franklin D. Roosevelt
hasta concluir la encomienda de Bill Clinton.
Después
llegaron los sarracenos, de George Bush y la invasión de Irak hasta la barbarie
que fue su producto: el genocidio
como política oficial del espurio estado islámico, ISIS y compañía.
Hoy el
Cercano Oriente, desbaratadas sus instituciones tradicionales, sus economías y
sus estructuras de mando, lanzan sobre Europa y América su humanidad paupérrima
en cientos de miles. La primera
reacción de Europa --- liderada por Alemania --- fue de rechazo, luego cabezas
más frías entre su liderato han abierto las puertas a docenas de miles de esos
refugiados. Porque, de otra
manera, ¿no recuerdan los alemanes el espectáculo masivo de los “displaced
persons”, principalmente alemanes, rodando por Europa en busca de comida y
alojamiento? En Estados Unidos ---
más allá de los Trumps de la vida --- a nadie se le escapa el simbolismo de la
Estatua de la Libertad. El planteo
de la tragedia a ambos continentes no puede ser más dramático y retante. Pues, después de todo, todos somos
refugiados y emigrantes, a partir de África y el Mediano Oriente, origen
genealógico de todos nosotros, como atestigua la paleontología, que es la
ciencia de las cosas viejas. Si somos
intelectual y moralmente honestos sabemos que todos somos refugiados y
emigrantes, desde la prehistórica África e Irak hasta los refugiados que hoy
tocan a las puertas de Europa y América para por lo menos vivir.
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