jueves, 23 de marzo de 2017

Cabezas Claras…

Mas allá de toda fisiología existe un reino conceptual, racional que le permite a nuestras cabezas percibir lo correcto y lo ético en nuestras relaciones con el mundo: a ese reino llamó Don José Ortega y Gasset el de las “cabezas claras”.


Distinguía Ortega, como en la antigüedad lo hizo Aristóteles, entre la claridad en asuntos teóricos --- ciencia natural y lógica y matemáticas --- y la claridad de que son susceptibles las ciencias prácticas --- la ética y la política.  Las primeras pueden articularse en proposiciones universales, las segundas sólo en juicios probables, “en su mayor parte”, como él mismo afirmaba.


Toda política es compleja, variable, particular, y en ella los juicios del que la estudia y la practica interfiere y llega a formar parte de los objetos y los procesos que se estudian.  De ahí que sea esencial al que los estudia que lo haga con cabeza clara, sin pretensiones de ciencia exacta sobre asuntos variables, porque en ese ámbito lo cambiante es lo permanente.  Es decir, ante la complejidad y la variabilidad de la realidad ética y política, la cabeza clara es fundamental a la comprensión de los procesos y objetos políticos, especialmente así en épocas de crisis.


Ortega destacó dos instancias en el mundo antiguo --- Grecia  y Roma --- como ejemplos luminosos de claridad práctica, de cabezas claras:  Temístocles y Julio César.  El primero, general y político del siglo quinto antes de Cristo, el segundo general y político del siglo segundo antes de Cristo.


El primero, dice Ortega, frente a un superávit de presupuesto en Atenas, en vez de repartirlo politiqueramente entre amigos y votantes, lo invirtió en una marina de guerra anticipando el ataque de los persas tras el horizonte.  El ataque vino, y fue contenido y derrotado:  ¡Cabeza Clara es la que ve y anticipa!


La segunda cabeza clara fue la del general, político, escritor e historiador Julio César. Ante las continuas guerras civiles en las entrañas de Roma, pensó y actuó para sacar esas guerras de la ciudad creando campañas militares fuera de ella: en la Roma Cisalpina, en las Galias, en España y Britania, ganando experiencia y capacidad para regresar a Roma invencible.  No se trata de lo bueno o de lo malo, sino de lo efectivo, anclado en una inteligencia práctica luminosa.

Todo lo anterior no es sino una excusa para hablar de Puerto Rico en la encrucijada actual:  compleja, deprimente, confusa, y que grita por cabezas claras que desentrañen sus dilemas actuales.


Para mi gusto y mi criterio, la cabeza más clara que hoy comparece --- radiante --- ante el País para calibrar realidades, evaluar opciones y fijar requisitos y solucionar nuestra agonía de pueblo, es la de Aníbal Acevedo Vilá.  Un pueblo que la escuche y la comprenda, y que aprecie su desinterés personal en lo que en adelante pueda lograrse, es un pueblo que no sólo tendrá futuro, sino un porvenir digno de anhelarse.

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