Guaynabo,
la ciudad donde resido hace 35 años, ha visto una transformación radical en el
tratamiento que sus alcaldes han dado a sus residentes, desde el trato humano e
igualitario de Santos Rivera y Junior Cruz, en los años 60 y 80, al trato despótico
y persecutorio que Héctor O’Neill practica contra el componente pobre de sus
comunidades marginadas y maltratadas por su administración.
Busque
usted una urbanización de ricachos, de los llamados guaynabitos, y verá el lujo
físico, desde luminosos adoquines a servicios extraordinarios de limpieza y
ornato. Pero de la clase media
baja hacia abajo, el abandono y el trato es con los pies. En esa categoría las comunidades de los
Filtros y Sabana y Amelia, especialmente Vietnam, una persecución odiosa, para
ver cómo las destruye para construir mansiones y proyectos millonarios, que le dejarían
enormes riquezas al municipio y los correspondientes provechos de la extorsión
al alcalde.
¿Cómo
se explica uno que un paupérrimo soldador de autos se haya convertido en
enemigo de su antigua clase? ¿Le habrá
hecho daño el acetileno de su antiguo oficio?
Después
de siete años de vigencia del status de comunidades especiales de las áreas de
Vietman en Sabana y Amelia, ahora el alcalde alega que no lo consultaron. Claro que lo consultaron, pero una cosa
es la consulta y otra es el poder de veto, que no tiene. ¡Claro, hay jueces para todo, después
de Rosselló y Fortuño! Aquí se
confirma el viejo principio sobre las transformaciones morales. ¡No hay enemigo más acérrimo de los
pobres que un pobrete que ha llegado al poder!
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