El viejo
Manuel Kant, a fines del siglo 17, escribió un librito que serviría de marco,
esquema o introducción a toda filosofía posible, fuera de lo que fuera. Se trataba de establecer los supuestos
o requisitos previos para tratar cualquier tema sobre materias específicas, de
tal manera que tuvieran sentido e inteligibilidad. Su afirmación principal en aquel librito era la siguiente:
“Las cosas, es decir, los fenómenos, sin conceptos que las integren son ciegas,
y los conceptos sin experiencias, es decir sin las cosas, son vacíos. Son los conceptos los que organizan las
cosas, y son estas últimas las que le dan contenido a los conceptos.
Apliquemos
ese sencillo esquema a la discusión cotidiana de nuestra política. Sencillamente se trata de discusiones
sin contenidos que no sean sus propias palabrerías, es decir, sin conceptos-guías,
o de una profusión de fenómenos, eventos, cosas o realidades políticas sin
ideas rectoras.
Esta
semana la prensa nos ha informado dos fenómenos aparentemente escandalosos de
nuestra política. En primer lugar,
se trata de una decisión del Gobernador y la Legislatura de tomar prestado ---
si, prestados --- 400 o 500 millones adicionales a nuestra asfixiante deuda pública
para realizar obras locales para complacer a legisladores de distrito y
alcaldes en víspera de primarias y elecciones rumbo al 2016.
En
segundo lugar se anunció que docenas de alcaldías y agencias públicas han
contratado, en forma masiva, descarada, a políticos y expolíticos, los
derrotados, para protegerlos y asegurarlos para las próximas campañas. Los dos partidos hacen lo mismo, y
defienden su prerrogativa para hacerlo.
Sin excusas, sin justificaciones, como si fueran derechos. Tres de los principales beneficiarios
han sido Jorge Santini, Leo Díaz y Evelyn Vázquez, de ingrata recordación.
La
condena conceptual airada de estas prácticas, de espaldas a la realidad de lo
que es la política partidista, que es central a la democracia, ilustra lo que
Kant llamaba conceptos vacíos. Lo
que hacen los alcaldes y jefes de agencia premiando y protegiendo a políticos
derrotados, ilustra la otra parte del dictum Kantiano, la de las realidades
ciegas, sin pretensión de legitimidad moral.
Los que
analizamos la política democrática tenemos que partir de la realidad de que la
democracia supone una política de intereses. Ese es el concepto, y para que no sea una entelequia vacía,
tenemos que aceptar el lado sórdido del comportamiento político, sin
glorificarlo, pero viéndolo como lo que es, el fondo oscuro y grotesco de la
democracia.
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