Escuché
con mucha atención el mensaje del Gobernador de esta tarde sobre la
transformación del sistema contributivo del País, basado en el ingreso neto y
la legislación adicional que sustituya el IVU por el IVA o el valor añadido a
las mercancías, desde los muelles y aeropuertos hasta su última estación cuando
las adquiere el consumidor.
El
discurso tenía dos partes. En
primer lugar la injusticia del actual sistema de tributación al ingreso,
plagado como está de fraude, evasión, burla sangrienta. Al sustituir ese sistema por uno más
justo y equitativo, el Gobernador me parece logró persuadir al pueblo de que había
que arrancarlo de raíz, por uno que le hace justicia a la clase media y alivia
aún así a los más pudientes.
Esta
parte de la legislación propuesta, y del discurso del Gobernador, me parece que
complace las expectativas de alivio de los contribuyentes, además de que sirve
de ablandador, de cojín de lo que viene después, el IVA.
En
segundo lugar, la explicación del Gobernador sobre la naturaleza del IVA, de su
necesidad para conjurar la deuda y proveer para los servicios públicos me pareció
persuasiva. Sólo faltó el detalle
de cómo se van a computar y por quien los reintegros a los menos
pudientes. Ese refinamiento será
parte, supongo, del proceso legislativo.
Aunque
no pienso que valga la pena enfrascarse en un combate quijotesco con el pasado que heredó
--- las energías y el tiempo son escasos y hay que utilizarlos eficientemente
---, me parecía indispensable que el Gobernador abordara la realidad objetiva y
asfixiante del presente fiscal del País.
El pueblo no es tan torpe como para no saber quiénes fueron sus autores.
En
otras palabras, al punto de aspiración que el Gobernador propone le faltó un
punto de partida. En su ausencia,
el pueblo escasamente sabe de lo que se trata: de la obra destructiva del PNP desde Carlos Romero hasta
Luis Fortuño.
Para
una próxima ocasión, tengo que recordarle al Gobernador que el pueblo necesita
no sólo un breve mensaje sobre el IVA, sino un mensaje completo sobre el País. La unidad de tiempo necesaria para un
proceso educativo rebasa por mucho los 10 minutos.
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