Los países
civilizados, civilistas, al rechazar la fuerza bruta, militar o policíaca, como
árbitro de las disensiones políticas, se acogen, sin embargo, a una
administración de la cosa pública que oscila entre el idealismo político y las
realidades tercas de la naturaleza humana y el carácter social y moral de los
pueblos.
Esta reflexión
cobra vigencia cuando evaluamos las posiciones públicamente asumidas en los días
que transcurren por el Gobernador y su partido en la Asamblea Legislativa. En ese diferendo públicamente ventilado
entre las posturas del Gobernador --- una sola, suya y de su equipo económico
--- y las posturas múltiples y variables de los legisladores de su partido
sobre la condición terminal --- financiera y fiscal --- por las que sólo
responde el Gobernador, ante los bonistas acreedores y el pueblo mismo, que
pagará la cuenta que se determine como propia, suficiente y posible, existe un
hecho palmario: el Gobernador es
el gobierno, es la Administración, es el culpable o el héroe, a los ojos del
pueblo.
Desde
tiempos de España, y luego desde el régimen colonial impuesto por Estados
Unidos, y que perdura aún, el Gobernador y el Capitán General --- la misma
persona --- constituían el gobierno del País. Eso continuó así al cambio de soberanía, y en la palmaria
realidad que vivimos. En ese
sentido, como decía Ortega y Gasset de España, somos monárquicos. Esa es la realidad política de ayer y
de hoy, aunque la teoría liberal y democrática ande por otros linderos.
En la
medida en que ello sea así, mejor sería que en la Asamblea Legislativa y en el
Partido Popular Democrático tomaran cuenta de la realidad política, al margen
de la teoría política democrática, liberal y ritual sobre la separación de
poderes y la deseabilidad de que “el pueblo decida”, cuando ese pueblo no es
sino unas agregaciones de intereses revestidos de utopismo teórico y realismo
particularista, ajeno al Bien Común.
Ese
Bien Común --- en el País y en el Partido --- lo representa para el pueblo el
Gobernador, por lo que derrotarlo o menoscabarlo en cuanto a la legislación contributiva
equivaldría al suicidio político del Partido y el descrédito total del País.
Si la
Legislatura y el Partido supieran lo que les conviene, se integrarían al esfuerzo
del Gobernador y su equipo económico para conjurar la destrucción de lo que
queda del País. Lo contrario, el
protagonismo individual atomizado, sobre ideas que no entienden, es la muerte
segura.
Catch 22. Si le sacan un 16% a la clase media para pagar intereses que se gastan fuera de Puerto Rico, 1) se contrae la economía, como ocurrió con la implementación del IVU; 2) aumenta el desempleo y la clase media, no sólo comienza a perder su principal activo, sino que se desploma el sistema bancario a la misma vez. Puerto Rico necesita una inyección de fondos, ponerle fin al endeudamiento gubernamental y mover su fuerza laboral del sector público al privado. Eso se resuelve con la incorporación. Pero tiene un precio. Enterrar la exención contributiva que ha sido el canto de sirenas que han llevado a Puerto Rico y a los bonistas a su destrucción.
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El que no quiera pagar el IVA, tome decisiones, consuma menos, aténgase a su presupuesto y no compre demás. Establezca claramente sus prioridades a la hora de gastar, lo primero, lo esencial, después, si tiene, lo demás.
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