Estamos
acostumbrados a escuchar, desde la izquierda ideológica, que lo que anda mal en
Puerto Rico es “el sistema”. ¿Qué
sistema? El sistema conocido,
desde los tiempos de Franklin Delano Roosevelt en Estados Unidos y el estado
socialistoide inglés de 1946 en adelante --- el “Welfare State”, o estado
providencial --- está en franca bancarrota. En Inglaterra lo sepultó Margaret Thatcher y en Estados
Unidos Ronald Reagan. En su tiempo
escribí miles de columnas condenando los valores implícitos de ambos
gobernantes. Pero la experiencia
vivida en Puerto Rico de 1969 en adelante, me ha curado de aquellas
impugnaciones. Porque Estados
Unidos ha conservado su sistema económico de libre empresa, e Inglaterra ha hecho
las rectificaciones de rigor, pero Puerto Rico no ha aprendido la lección: tenemos un gobierno obeso, adiposo, en
que todas sus partes están endeudadas con todas las otras, a la vez que su empleomanía
--- manía de empleo público --- le pasa la cuenta a sus políticos para que le
den más y más y cuando llega la necesidad de menos, se levanta airadamente,
empleando una demagogia pareja a la demagogia del gobierno al emplearlo.
Ese
sistema ya no es viable económicamente, presupuestalmente. El sistema fiscal público está
quebrado, como lo están todas sus agencias componentes. Este año ha sido un vía crucis. El año que viene será peor, no por
culpa directa de nadie, sino del sistema del gobierno como benefactor.
Cuando
se combina el clientelismo político con la improductividad de todo el sector público,
el producto no da, porque no produce, y porque los beneficiarios de la chupeta
pública no pueden entender que esa vaca tiene la ubre seca, y no produce más
para repartir.
Es
doloroso a mi edad y a mis 65 años de participación en la vida pública, tener
que confesar ese desconsuelo: el estado benefactor no produce todo lo que
quisiera repartir. Más que al
reparto, entonces debe dirigirse a la producción, a la productividad, a la
reglamentación rigurosa de la empresa privada y a su evaluación estricta.
El
gobierno no es buen empresario, porque su política necesariamente demagógica,
clientelas, favoritos, incompetentes y cobardes no puede exigir de aquellos de
los cuales depende para su continuidad en el poder.
Puerto
Rico, de 1969 hasta hoy, es un elocuente “exhibit” de esa degradación de los
supuestos del buen gobierno.
Aunque nos duela, urge la privatización de todas las estructuras burocráticas
del gobierno --- menos educación, seguridad y salud, que ya ha sido indebida y
criminalmente privatizada --- para que el gobierno se dedique a la
reglamentación y evaluación de los mandamientos que envía al sector privado,
como condición contractual seria y justiciable.
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