Una mirada histórica a la realidad viviente de los Estados Unidos, de 1787 al 2016, detecta necesariamente el contraste entre la teoría y la práctica del régimen norteamericano, de vida real y de gobierno teórico. Primero, indios y colonos, de 1607 a 1787. Luego, oligarquía blanca sobre el lomo de una esclavitud que se alargó desde el siglo 17 hasta la segunda mitad del siglo 19, la emancipación parcial, de jure, de 1863. Luego lo que se llamó “la Reconstrucción”, lo único que reconstruyó fue el florecimiento oligárquico, de Norte a Sur, de Plymouth Bay hasta California, de Canadá hasta Luisiana y Arizona: la gran plaza imperial --- desde Filipinas hasta Puerto Rico --- donde la comunidad política, la polis griega y la república romana, se convierten en mercado oligárquico, a lo que aguante el consumidor y el comerciante inversionista, hasta el dato escandaloso que los economistas señalan: el uno por ciento de la población posee el 80 por ciento del capital que circula en ese mercado.
Sobre ese telón de fondo, funesto en su pura expresión, ocurre el debate de la sombra que llamamos: ¡ “campaña política democrática”!
La prueba más elocuente de esa farsa moral está hoy personificada en la prominencia de Donald Trump como candidato a dirigir esa oligarquía. Nada más natural. Porque candidatos ricos los ha habido antes, como los Roosevelt y los Kennedy --- pero su conducta fue, por excepción, aquella de “nobleza obliga” --- el multimillonario que se siente obligado a servir al pobre y al mediano. Esa medida no la dan hoy día ni los Trump ni los Clinton. Pertenecen a la misma codicia oligárquica con sólo diferencias de estilo.
Desde nuestra realidad puertorriqueña, un apéndice problemático en el cuerpo de ese imperio oligárquico, debemos aprender a llamar las cosas por su nombre, porque el Imperio acaba de condenar a Puerto Rico a desistir del mito de la autonomía prometida a nosotros y al mundo desde 1952.
En virtud del poder imperial y la inermidad nuestra --- palabras de Luis Muñoz Marín --- es necesario empezar a vivir desde esa realidad, ya que no tenemos liderato político capaz ni tan siquiera de una protesta ante ese engaño y abuso del poder. Para nuestro supuesto liderato --- todo, de todos los partidos --- las miasmas de poder de las primarias y las elecciones son mós importantes que la dignidad del pueblo.
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