Parodio
una celebre frase de Bill Clinton por allá por 1996, al enfrentarse a las
calamidades heredadas del primer Bush, que tenían que ver con una depresión
presupuestaria relativa principalmente a los programas y gastos sociales: Seguro Social, Medicare y
Medicaid. A la vez que propuso
ajustes a estos, proclamó que “Welfare, as we have known it, is over”, o
palabras de idéntico alcance.
¿Por
qué lo anterior? Porque el
problema real residía en una economía vaga, aletargada, amortiguada en demasía. ¿Remedio? Una inyección de empresarismo, de producción, de creación de
empleos bien pagados. Todo eso lo resumió
en su famoso diagnóstico: “It’s
the economy, stupid”.
Echo
por delante aquella consigna de Clinton porque a base de ella la economía floreció
hasta los niveles más altos de los últimos veinte años. La aplicación de aquel principio le
viene de perilla a Puerto Rico en estos momentos aciagos. Pero en vez de apurar aquella lección
nuestros líderes se refugian, como el Linus de la tirilla cómica, en el status
como frisa de seguridad, y acaso proclaman que hay que cambiar o alterar el
status como tabla de salvación hacia el paraíso perdido. Los que están perdidos son ellos, ya
que es demostrable que nuestra crisis económica no tiene causas de status, sino
políticas y morales: el partidismo
crudo y la avaricia de nuestros supuestos líderes, líderes nominales, a quienes
los puestos públicos, de 1977 hasta hoy --- especialmente los Romeros, los
Rafaeles, los Rossellós y los Fortuños, --- no le transformaron las
motivaciones que traían de la calle, de sus bufetes y oficinas privadas
ancladas en la riqueza personal. Y
en eso convirtieron --- y todavía hoy --- su función pública.
Luis
Muñoz Marín y Roberto Sánchez Vilella no necesitaron ningún cambio de status
para transformar, primero la colonia y luego el Estado Libre Asociado, en una
sociedad vibrante, dinámica, más rica y más justa que las que venteaban otros
status soberanos o independentistas.
“No es
el status, estúpido”. Es la
inteligencia, la honradez, el trabajo dedicado y competente al pueblo, sin gollerías
avaras ni cofradías de clase: el
arte funesto de la contratación, del amiguismo, del despilfarro, del hábito del
embrollo criminal lo que explica la angustia fiscal y financiera de hoy.
“No es
el status, estúpido”. Es el
patriotismo, la honradez, la responsabilidad que no se tuvo, y cuyo retorno
como estilo de gobierno es nuestra única esperanza de resurrección. ¡Maldita sea lo que tiene que ver nada de
eso con el status!
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