En una
hora aciaga durante la Guerra Civil norteamericana, Abraham Lincoln acuñó la
fantasía retórica --- como ideal --- del “gobierno del pueblo, por el pueblo y
para el pueblo”. Eso ha quedado
consagrado en la imaginación democrática desde entonces como aspiración, como
ideal en el gobierno de los hombres, que no se cumple, pero que debería
cumplirse.
Más
cerca de nosotros, en el Puerto Rico del 2013, ¿cómo quedamos frente a la
asignación que nos dejó el maestro de Kentuky? Para una respuesta breve hay que distinguir el gobierno del
pueblo --- directamente, como en la polis griega --- del gobierno de los
partidos. Porque en la realidad
concreta, el pueblo como colectivo, como el todo, nunca gobierna. Se vale de partidos --- de partes --- y
delega en ellos la responsabilidad de responderle acerca de sus necesidades y
problemas y aspiraciones.
Pero
los partidos, que se presentan a sí mismos como instrumentos del Bien Común,
nacen idealistas y al cabo de una generación a lo más se convierten en
maquinarias inclementes mediante los cuales los líderes cancelan la participación
del pueblo y su organización se traga el idealismo original. Esa es la historia de nuestra historia política: del idealismo práctico, programático de toda la generación del 40 que
acompañó a Don Luis Muñoz Marín, a la manipulación de frases huecas, mentiras y
medias mentiras del “grupito” que maneja a Alejandro García Padilla: su hermano Antonio, de funesta
recordación en la Universidad, en la que su “dolce vita” dejo atrás por mucho
el radicalismo sensual de Federico Fellini; Marisara Pont, beneficiaria de los
millones publicitarios del PPD desde los tiempos y los gastos alegres de Hernández
Colón aquí, en España y en el resto de Europa; Fernando Agrait, panita del
bufete y de mentoría en aquellos mismos tiempos, y naturalmente Rafael Hernández
Colón y su vástago fotostático, José
Alfredo Hernández Mayoral. Ese es
el grupito, ese es el gobierno, ese es el Estado. No se diferencian del PNP ni en sus ideas, ni en su amor patológico
al dinero, ni en su afán de servirse de los haberes del pueblo para su avaricia
privada.
De ahí
procede la crisis moral, la crisis de competencia, y la crisis política por la
que atraviesa el PPD en los días que corren: un gobierno de grupitos, de espaldas al pueblo y al partido,
que un día creyeron optar por otra cosa.
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