El PPD
tiene problemas en todas las dimensiones en que el pueblo queda afectado por
una administración de gobierno. La
Policía y la Judicatura, entre muchas otras agencias gubernamentales, andan sin
rumbo, dirección o ejecutoria que abone a la esperanza y a la conformidad del
pueblo. En la calle y donde el
pueblo se reúne y se expresa en sus andanzas cotidianas, la expresión y la
vocalización es de desencanto. Uno
supondría, por tanto, que un gobierno sintonizado con el pueblo aprovecharía la
necesidad de llenar la vacante de la Cámara para cargar la batería anímica de
ese pueblo decepcionado. Pero no,
todo lo contrario. Se opta por
profundizar la crisis de tan temprano descreimiento.
Una
banca por acumulación representa, si uno no anda aislado del latir moral y
emocional del pueblo, la oportunidad perfecta para restablecer una relación de
confianza y sinceración con ese pueblo tan maltratado y estrujado en su
esperanza de ayer y en su desilusión de hoy. Por tocar a un número considerable de precintos
electorales, una primaria convocaría
la atención de todo el País, pero la maquinaria ciega del PPD ha optado por el
mecanismo de señalamiento de dedo, marcando con él a una candidata y dejando
--- tendidos a secar --- a los demás candidatos. La maquinaria colocó en la papeleta segunda a la “nombrada”
por el gobernador, y al mejor de los candidatos, al mejor preparado, Manuel
Natal, último. No hay pudor. Así son las maquinarias. No me queda duda que el telefonazo
llegó a Comerío e Isabela, porque ese señalamiento de dedo tiene problemas en
el criterio limpio y sincero de cada día más miembros del Consejo del PPD, que
resisten la arbitrariedad y superficialidad de su Presidente.
Hace
cien años el sociólogo político alemán
Roberto Michels escribió un clásico sobre los partidos políticos, vigente hoy
como en el año que se publicó. Decía
Michels que “los partidos políticos nacen al amparo de ideales gloriosos,
combaten por esos ideales denodadamente, y se organizan para ello. Esa organización --- esa maquinaria ---
en aras de sus intereses de perpetuación de sus líderes, entregan y mancillan
los ideales que un día les dieron vida.
Perecen, y nacen otros, que libran luchas gloriosas, y terminan en lo
mismo. Porque esa es la ley de
hierro de las oligarquías”. El
fenómeno no es nuevo, pero nos duele más porque lo estamos viviendo en carne
propia y no meramente en la escolaridad de los libros.
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