La
desfachatez con que los alcaldes de Puerto Rico --- obviamente sólo algunos ---
se sirven de los escasos recursos municipales para su propio envanecimiento,
está alcanzando niveles de crisis y desmoralización del servicio público y de
la humilde fe del pueblo en sus gobernantes en todos sus niveles.
Lo peor
de todo es que el pueblo protesta, se indigna, espera… pero le pasa como a
Godot, que espera a quien ha quedado de venir y nunca llega.
La
escandalosa fechoría del alcalde Pérez Valentín, de Maricao, que supera en su fresquería
y cinismo a los recientes casos de 7 alcaldes más que han recibido atención de
los medios, se enfrenta a la complacencia oficial que lamenta, critica, repudia… y no hace nada.
Me parece
que en esta ocasión el bribón alcalde de Maricao --- una aldea pobre y aislada
entre Mayagüez y el Monte del Estado --- requiere un repudio oficial, como ya
ha recibido el repudio del pueblo.
Lo otro es complacencia y pusilanimidad.
La fe
del pueblo en la justicia anda por el suelo. La fe en los legisladores hace tiempo hizo crisis. En los viejos regímenes de Europa el
pueblo confiaba --- aunque en última instancia --- en el Rey. En Puerto Rico, cuando todo falla, se
mira al Gobernador, “de todos los puertorriqueños”, reza el protocolo
publicitario de los partidos. O
como ordena y espera lo que queda
de la Constitución ética del País.
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