Ante el
cuadro general de un servicio público en crisis moral --- en cantidad y en
calidad --- suelen hacerse generalizaciones que ensamblan en las actitudes y
comportamientos a tres categorías diferentes de “servidores” públicos. En primer lugar los legisladores, que
han racionalizado una justificación de sus altos sueldos, poco trabajo y menos
rendimientos en base a una falsa analogía con los funcionarios públicos de la
Rama Ejecutiva, del gabinete grande, extendido, del Gobernador.
El
legislador, diga lo que diga la ley y los reglamentos, es un oficial del pueblo
a tiempo parcial, un tiempo que se fija él mismo y por el tiempo que le parece,
aún estando en sesión la Legislatura.
Equipararse en responsabilidad con los funcionarios del Ejecutivo es una
gansería, puesto que estos últimos dirigen o trabajan en una agencia o
departamento a tiempo verdaderamente completo, muchas veces a través de toda la
Isla. El sueldo, por lo tanto,
tiene que responder a esa diferencia.
La
aceptación y justificación de esa diferencia terminaría el debate falaz
mediante el cual los legisladores pretenden sueldos de funcionarios a tiempo
completo cuando saben que trabajan a tiempo parcial, en cualquier día y a través
de todo el año. La aceptación de
ese hecho debe ser parte de la cultura política y de motivación cuando todavía
son aspirantes a legisladores, como debe serlo la motivación de servicio y no
la ambición económica que muchos demuestran después de resultar electos.
La
tercera clase de “servidores” públicos objeto de este análisis es el
contratista, personal o corporativo.
A ese no le va ni le viene el “servicio”: su objetivo es el lucro, corporativo o personal. El tumbe, el desgarre es su norte, y no
tiene que darle cuenta a nadie sino al que le extendió el contrato. La única manera de someterlo a reglas
de profesionalismo y ética es una que no existe en el gobierno como
totalidad: un grupo que desde la
Fortaleza, Secretaría de la Gobernación o Gerencia y Presupuesto le siga la
pista al cumplimiento de los contratos --- oficiales de cumplimiento, les llamo
yo ---que pongan coto al robo masivo de cientos de millones de obra no
realizada, pero cobrada. Eso no
puede esperar cuatro o cinco años a que la Contralora rinda esos informes anémicos
que inducen al sueño y a que las gangas del robo se rían de ellos. Si no, pregúntele a Héctor O’Neill.
Existe
otra turbación moral relacionada al caso de los funcionarios y es la
siguiente: el gobierno mismo ha
adoptado e internalizado la teoría cínica de que hay que pagar sueldos altísimos
en el gobierno porque esa gente gana más en la empresa privada. Algunos sí, otros no. Pero en todo caso, si no pueden
servirle al pueblo por lo menos 4 años por el mismo dinero o menos, que se
queden en la vida privada.
Racionalizar lo contrario, para excusar los excesos económicos en el
gobierno es un flaco servicio al honor del servicio público.
Las
confusiones, a veces de buena fe y otras para justificar gollerías y
oportunismos con el escaso tesoro público, alimentan el analfabetismo moral aún
allá donde existe la proficiencia profesional y técnica.
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