Desde
el inicio de esta administración de gobierno he sido crítico de su estilo, de
sus actitudes triunfalistas, en ausencia de una sinceración con el pueblo sobre
el verdadero estado de situación del País --- a nivel de gobierno, economía y
cuadro fiscal --- como punto de partida de la nueva administración. Se trata de una cuestión de estilo
gubernativo, que no es poca cosa, porque --- como dicen los franceses --- “el
estilo es el hombre”.
Mas allá
del estilo, sin embargo, apurando la substancia de lo que se decide como
materia económica, social y administrativa, tengo que afirmar, frente al hábito
de denostarlo todo, que esta administración de Alejandro García Padilla y sus Cámaras
Legislativas, es una administración honesta, centrada en el servicio al pueblo
y el rescate de la decencia y eficiencia gubernamental como única razón de ser
del gobierno democrático, sobre el trasfondo de la administración más corrupta,
mendaz y chapucera en nuestra historia, desde los tiempos del gobernador Gore
durante el primer tercio del siglo 20.
El
gobernador se enfrenta, con sinceridad y entusiasmo, a la crisis económica y
fiscal más virulenta de los últimos tres cuartos de siglo, producto de las
irresponsabilidades acumuladas desde las administraciones de Rafael Hernández
Colón, hasta la venalidad de Luis Fortuño. Y no puede enfrentarse a esa crisis con la complacencia de
sus predecesores. Los tiempos de
dar se acabaron. Estamos en los
tiempos de limitar, recortar, reducir, quitar. Lo importante es hacerlo equitativamente, responsablemente,
con un sentido de justicia.
El
enfrentamiento del Gobernador y la Legislatura con esos nuevos retos, incómodos,
antipáticos, ha revestido responsabilidad, franqueza, y confianza en la
inteligencia, por lo menos el sentido común del pueblo. Porque nadie puede o debe suponer que
el Gobernador abraza las limitaciones del torniquete fiscal con alegría sadista
para reducir los ingresos del pueblo o exigir contribuciones mayores al pote común
del Estado para atender las necesidades --- proporcional y equitativamente ---
de la multiplicidad de clientes humanos del Estado.
El caso
del seguro de los maestros al momento de su retiro dramatiza la angustia que
produce e impone la escasez. No es
por gusto, sino por necesidad perentoria que se ajustan las pensiones de los
maestros a la hora del retiro.
Porque el fondo de retiro de los maestros, que ellos mismos
administraron y consumieron, o se reforma como se ha hecho o desaparece. La pretensión del pequeño grupo de líderes
magisteriales de que todos paguemos por sus irresponsabilidades no tolera análisis
moral. Porque a la luz de lo que
reciben a la hora del retiro la inmensa mayoría de los trabajadores del País,
el nuevo retiro de los maestros es razonable. La alternativa es la nada. El Gobernador y la Legislatura les han salvado el retiro,
que ellos mismos habían dilapidado.
Eso es
lo responsable, a la luz de los otros múltiples compromisos del Estado. Dejado el asunto a los maestros mismos,
el balance sería la nada, cero, al cabo de dos o tres años.
Es
lamentable que elementos de la comunidad que tienen sus propios problemas, el
Arzobispo Roberto González Torres y la alcaldesa de San Juan, Carmen Yulín
Cruz, hayan optado --- en medio de esta crisis fiscal real --- jugar el papel
de toreros espontáneos, que saltan al ruedo sin ser parte del toreo. El record del primero con las escuelas
y los maestros de su imperio eclesiástico no luce relevante en esta
situación. La intervención de la
alcaldesa tiene ribetes de motivación política personal que no le luce bien, o
responsable ante su partido, su gobierno, y los observadores libres de la
comunidad. “The unkindest cut of all”,
como dijo César de Brutus en los pasillos del Senado de Roma el día de su
traicionero asesinato.
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