Nuestro
pueblo, a la altura de su ordenamiento constitucional y legal, está constituido
conforme a principios y estructuras racionales y lógicas. Poderes legislativos, ejecutivos y
judiciales definidos con la precisión y la exactitud que las cosas prácticas
--- sociales y morales --- toleran, que distan mucho, claro está, de las
precisiones matemáticas y científicas de la ciencia natural.
Por lo
anterior se dice, al nivel de la conducta social, que somos una sociedad de
“ley y orden”. La Constitución y
las leyes dan cuenta --- teóricamente --- de esa organización rectora de los
procesos sociales y políticos.
Todo lo
anterior rige para los niveles constitucionales y legales de nuestra vida
colectiva.
La
realidad, la fenomenología de la convivencia concreta de los seres humanos que
somos el pueblo de Puerto Rico nos dice otra cosa. Nos dice que al nivel de administración de esas normas
constitucionales y legales, lo que reina en el Puerto Rico actual no es el
orden, sino el desorden. Y eso es así
porque el poder ejecutivo y administrativo no llevan cuenta --- aparentemente
no pueden llevar cuenta --- de lo que hacen 140 agencias, algunas directamente
bajo la gerencia del gobernador y otras a una distancia sideral de su
responsabilidad de control y supervisión.
De ahí el desorden, que no es atribuible al gobernador pero que lo hace
responsable a él de la anarquía administrativa y moral que yo llamo desorden.
El
orden constitucional y legal de Puerto Rico es víctima del desorden de las
agencias e instrumentalidades --- soberbios jeques que operan a distancias
siderales de la mayordomía que el pueblo exige del gobernador.
Es
impostergable la creación de instituciones que fiscalicen, monitoreen,
informen, al pueblo y al gobernador, de las arrogancias, incumplimientos y
proto-soberanías corruptas de las agencias e instrumentalidades, porque a fin
de cuentas, el día del juicio final --- las elecciones --- es el gobernador el
que paga por el desorden, a nombre de un teórico orden constitucional
traicionado en la práctica por sus agentes administradores.
El
pueblo sabe los nombres de los que encarnan ese desorden, a nombre del orden
constitucional a que supuestamente sirven. Huelgan los nombres y los ejemplos. Estoy seguro que al leer estas líneas
los lectores saben a quienes me refiero.
Sólo el
gobernador puede --- mediante orden ejecutiva o mandato legislativo --- poner
fin a este desorden a nombre del orden que la Constitución y las leyes mandan.
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