A
principios de esta semana la Corte Suprema de los Estados Unidos reafirmó la
constitucionalidad del Obamacare, ese odiosa símbolo anticristo de la rancia
derecha republicana, patrones de las aseguradoras de salud, de los consorcios
de hospitales y laboratorios, al servicio de la oligarquía médica que ven en la
salud de los ciudadanos una fruta de lucro asequible con sólo estirar la mano
muerta de los monopolios y los oligopolios de la salud.
Resulta
irónico que fuera el Juez Presidente Roberts quien asegurara la mayoría de la
Corte para los pacientes pobres y de clase media esquilmados por la oligarquía
de la salud. Una histórica
victoria de Barack Obama, que siembra esa decisión como legado del liberalismo
social norteamericano iniciado por Franklin D. Roosevelt en 1933, y continuado
por Harry Truman, Lyndon Johnson, Jack Kennedy, Jimmy Carter y Bill
Clinton. Se trata de una victoria transformadora
de la estructura social americana en lo referente a la salud del pueblo, difícilmente
reversible en un futuro predecible.
Ahora
bien, no bien se hubo secado la tinta en esa decisión cuando el Juez Presidente
Roberts presidió, afirmativamente, sobre otra dramática decisión transformadora
de la urdimbre valorativa de la nación: la validación constitucional del matrimonio entre personas del mismo
sexo, como un derecho fundamental garantizado por la Enmienda XIV, constitutivo
del derecho humano previo al Estado.
Un poder y un derecho no delegado al Estado por el contrato
constitucional. Con ello se pone
fin en los Estados Unidos a la tiranía de la ignorancia, de la musaraña moral,
y a la dictadura insostenible de curas y pastores sobre una humanidad indefensa
intelectualmente ante los chanchullos de las religiones y los tiranos, desde
los días del Emperador Constantino.
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