lunes, 17 de junio de 2013

A Problemas Complejos, Cabezas Claras


Durante la segunda parte del siglo 19 Puerto Rico contó con una cabeza clara, que unida a su voluntad férrea, transformaron una colonia oprimida por el despotismo español en una comunidad política autónoma, que bien gobernada pudo haber sacado a Puerto Rico de la desesperación moral y la miseria económica.  Asistido ese despotismo por sus alcahuetes locales, que se llamaron a sí mismos “incondicionales” se sumió el País en la degradación moral y el hambre física. 

Aquella cabeza clara se llamó Luis Muñoz Rivera: educador incansable, orador elocuente, periodista implacable contra el despotismo, español y local, tuvo siempre una idea precisa de cómo transformar la Isla sufrida en una nación democrática y progresista.  Pero la Guerra Hispanoamericana le robó a él y a Puerto Rico el fruto de su heroísmo cívico, destruyendo aquella, la primera autonomía significativa del País.

Al concluir el primer tercio del siglo 20, su vástago, poético y político, Luis Muñoz Marín, otra cabeza clara, asumió la piedra de Sísifo para llevarla otra vez a la cima de la montaña autonómica, la autonomía del Estado Libre Asociado, no completa, no perfecta, pero con suficiente gobierno propio como para servir de instrumento de desarrollo en todos los órdenes del País.  Hasta que sus sucesores la han disminuido en la acción, aunque no en su naturaleza intrínseca.

¿Y qué es una cabeza clara?  Es una que no se deja llevar por la costumbre incrementalista del uso, sino que rompe con las formas, los hábitos de la complacencia y la parálisis hacia horizontes claros, posibles, con voluntad y clarividencia.

Se trata de la ingente fuerza del creador histórico, a contrapelo de las encuestas de opinión del pueblo confundido y timorato.  En otras palabras, se trata de arquitectos de la historia futura, no de albañiles taparrotos de la casa destartalada que se habita.

Don José Ortega y Gasset, que es el padre del concepto de “las cabezas claras”, no encontró en la antigüedad más de dos ejemplos.  “Cabezas claras”, decía, “lo que se llaman cabezas claras” no hubo en la antigüedad sino dos: Temístocles y César.

El primero, político y estratega del siglo sexto antes de Cristo, frente a un superávit del tesoro de Atenas, producto de unas minas, se resistió a gastarlo en bonos --- como hacen nuestros solones ---  y advirtió:  “detrás del horizonte están los persas de Jerges y Altajerges, y vienen hacia acá” y dedicó el sobrante a una marina de guerra.  Con ello salvó a Atenas de aquella invasión y conquistó un imperio para ella.  El segundo, Julio César, sacó el poder romano de las intrigas y luchas dentro de Roma, y lo dirigió hacia afuera e impuso su poder, en las Galias, por ejemplo.  Desde afuera hacia adentro creó una arquitectura imperial imbatible, que le legó a Augusto, el arquitecto de la Paz Romana.

Ante las grandes crisis de la historia --- grande, como en Roma, o pequeña como en Puerto Rico ---, se necesitan “cabezas claras”, no relacionistas públicos.  En otras palabras, necesitamos arquitectos, no albañiles tapando rotos.  Porque con tapones de jabón en la estructura del cántaro, si las lluvias arrecian, no hay salida.

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