domingo, 30 de junio de 2013

¡Consumado es!


Escribo estas líneas a horas plazo de la culminación de la primera sesión legislativa de este año y de este cuatrienio.  El balance de su ejecutoria es menos que mediocre.  Porque tenemos un Gobernador que no dirige, que apenas sabe uno que existe, y una Asamblea Legislativa malamañosa, como si todavía fuera la mafia de depredadores de Luis Fortuño quien gobernara.

No en palabras, no en promesas, pero sí en conducta, no se nota la diferencia de estilo, y no sólo de estilo, sino de métodos y valores del proceso legislativo.  El balance, en cuanto a diferencias, es raquítico.

Dos ejemplos conspicuos, más allá del cumplimiento nominal del requisito constitucional de un presupuesto balanceado, sobre el cual una nota crítica más adelante.

En primer lugar, sobre las dos cuestiones fundamentales sobre los que el pueblo esperaba una conducta legislativa que diferenciara a ambos partidos, la reforma legislativa y la reforma de salud, el incumplimiento y el engaño no puede ser mayor.  Se jugó con los términos --- tan sencillos de entender en el español ordinario --- hasta convertirlos en sus exactos contrarios.  Así, el ciudadano legislador desapareció del compromiso, dejaron el tiempo completo intocado, el sueldo intocado, y el resultado de lo mismo lo llamaron ciudadano legislador porque, dicen los sofistas de Puerta de Tierra, los legisladores son ciudadanos.

Igual hicieron con la falsa reforma de salud.  Crearon un monopolio con una sola aseguradora, y sobre el pagador único, que debe ser ASES, dicen que se realizó el principio porque ahora hay un pagador único que es la omnívora Triple S, con su agente residente en el Departamento de Salud, el doctor Joglar.

Todo simulación, todo mentira, todo entrega del interés del pueblo, primero a los legisladores mismos, y luego a la devoradora de miles de millones del dinero del pueblo.  ¿A cambio de qué?  A cambio de lo de siempre, por debajo y más allá de las penosas y transparentes explicaciones oficiales, como si nos chapáramos el dedo:  dinero para las campañas políticas, lo mismo que hizo Rosselló y Sila y Aníbal y Fortuño.

En segundo lugar, estremece la credulidad el hecho de que se insista en un presupuesto de 700 millones más que el vigente, en una economía deprimida, barranco abajo, sin una sinceración honesta con el País sobre su propio drama de decadencia, y las maneras de superarla.  Con optimismo hueco no se logra, ni con ocultaciones de la verdad.

Es hora de pasar de un presupuesto remendado e irreal a la economía de la gente y a la crisis de los servicios públicos, que no se explica meramente por falta de dinero, sino que trata de incompetencia, actitudes sobre ese servicio, y la corrupción generalizada.

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