La política arrabalera produce fenómenos curiosos, y los métodos de un partido derrotado e inescrupuloso produce diseños de campaña sucia que no reconocen límites de descaro, delante de la gente, como decíamos en el campo.
El último espécimen de ese género desvergonzado ha salido de la tiniebla de su fraude electoral como muñeco del “padrino” de Guaynabo, Héctor O’Neill, y se llama Antonio Soto, producto de ese fraude, al que una Cámara con un liderato más sensitivo no debió haber sentado hasta que las cortes decidieran como fué electo.
El representante Antonio Soto denuncia irregularidades y delitos en Cataño, como parte del diseño de una gran gran mentira diaria de un PNP derrotado y catatónico. Un día Leo Díaz anuncia una mentira, al otro día le toca a Miguel Romero, el tercero a Isamar Peña, hasta llegar al fondo del barril, Antonio Soto.
El alcalde reelecto de Cataño, sobreviviente de una Asamblea Municipal que lo saboteó y torturó por 4 años, ahora enfrenta la intriga de este dechado de moralidad política que es el ahijado de O’Neill e hijo del fraude electoral en Guaynabo. Su caso es tan flojo que no se atreve dar los nombres de los quejones o supuestos perjudicados por el alcalde Rosario. Los fantasmas no tienen nombres propios.
¿Un representante producto de un fraude electoral en el papel de "inspector de ética"? ¡No me diga!
Mi vieja, que tenía buen ojo para calar los paquetes mal envueltos, ante un caso así exclamaría: ¿De cuando acá Periquita con guantes?
En este espacio de opinión aspiro a poner al día los acontecimientos y las actitudes de los políticos y los partidos: ¿qué dicen, qué hacen, cuál es su record? ¿Cuáles serán en la realidad las consecuencias de cada postura? ¿Cuánta honestidad o mendacidad puede atribuírseles? ¿Qué es lo que está realmente en juego, la honestidad o la falsedad de los políticos y los partidos o la inteligencia práctica del pueblo, su sabiduría para afirmar sus intereses reales?
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