Una
cosa es llamar al diablo, y muy otra es verlo venir, dice la sabiduría del
pueblo. En momentos y circunstancias
distintas los partidos políticos de definición electoral, principalmente el PIP
--- aunque sin votos y por eso mismo --- han clamado por la Asamblea
Constitucional de Status, pensando que en ella adquirirían una visibilidad que
no obtienen mediante las urnas.
Pero lo ha hecho también el Partido Popular, frustrado ante el conservatismo
congresional con respecto al desarrollo del Estado Libre Asociado. El Partido Nuevo Progresista --- ¡que
nombre tan contradictorio de lo que es, un partido retrogrado y corrupto! ---
ha coqueteado también con la idea, pero con las muelas de atrás, porque sabe
que en el campo de las ideas no podría competir --- ni intelectualmente ni
electoralmente --- con una convergencia de intereses políticos PPD-PIP, si se
trata de golpear mortalmente al asimilismo.
La
expresión concreta de esos temores se va aclarando ya. Por la derecha estadista tanto Pedro
Pierluisi como Carlos Romero ya han repudiado la Asamblea Constitucional de
Status como le huye el diablo a la cruz, y por la derecha independentista
Fernando Martín ha escrito una columna definitoria de cómo el PIP ve la
Asamblea: como una oportunidad para definir, entre la minoría de sus miembros allí
representando a la minoría exigua de votantes PIP, una teoría de la esencia y
consecuencia de la independencia.
Lo mismo concibe para lo que sería una minoría estadista en la Asamblea,
que por primera vez en varias décadas no contaría con el apoyo oportunista del
PIP para frenar el autonomismo del Partido Popular y el Estado Libre Asociado,
el vigente y el posible.
Compare
el lector ese cuadro de tajureos con lo que el pueblo sanamente cree que es la función
de la posible Asamblea Constitucional de Status, que no es otra cosa que la
elección por el pueblo de delegados, representantes directos suyos, a una
Asamblea que tendrá a cargo construir un consenso, por mayoría democrática de
votos, para ser sometido ese consenso al Congreso de los Estados Unidos y al
pueblo de Puerto Rico: como una sola
propuesta. Ni dos, ni tres, ni
cuatro, lo cual confirmaría la queja eterna del Congreso en el sentido de que
los puertorriqueños no nos ponemos de acuerdo, con aparente buena fe --- encubriendo
su mala fe real.
El
Partido Popular tiene que decidir temprano, ya, cuántas propuestas le va a
presentar el pueblo de Puerto Rico al Congresos de los Estados Unidos, como expresión
unitaria de pueblo. No son dos, ni
tres, ni cuatro. Porque ello reforzaría
la persistente voluntad conservadora del Congreso para no hacer nada porque los
puertorriqueños no vamos unidos.