El
pueblo --- los pueblos --- que mejor que nadie saben sobre la incidencia del
mal y el error en su convulsa experiencia cotidiana, está siempre dispuesto a
entender y a perdonar a sus líderes y administradores, de la misma manera que
lo hacen para con sus familias, vecinos, y socios en toda clase de empresas
colectivas.
Sin
embargo, lo mismo no vale para los arrogantes, los ambiciosos y los farsantes a
simple vista. Para los errores de
buena fe o de juicio equivocado siempre hay perdón, esto es, comprensión y
simpatía. No así para los sucios,
embaucadores y jaibas que desprecian la inteligencia y sensibilidad del pueblo.
Los
nombramientos de Superintendentes de la Policía, Héctor Pesquera y James Tuller
exhiben un patrón de superficialidad y manipulación de la verdad y los hechos
--- a espaldas de la Legislatura y el pueblo --- que deja mucho que desear, en
un País con tantos problemas y tanta necesidad de la verdad y la franqueza por
parte de sus gobernantes. En
asuntos tan graves como la seguridad pública no se puede andar con jaiberías,
encubrimientos y tácticas superficiales ajenas a la transparencia.
En el
caso de Héctor Pesquera nunca se le nombró Superintendente, sino
contratista. El Senado nunca pudo
examinar su record, contributivo o de otra índole. Sobre Tuller ya el pueblo sabe la historia. Se reclutó en secreto y salió de su
puesto en el más denso misterio, de lo cual lo único que se sabe es que fue en
Nueva York un evasor contributivo.
El
problema aquí es el método de reclutamiento. Por un lado el secreto, el hecho consumado. Por el otro, la falta de explicación
completa por su salida, entre Fortaleza y el Senado. ¿Qué hay en realidad en el fondo de este “misterium
tremendum et fascinosum”?
Una
cosa corre continua sobre el origen de estos nombramientos, tanto de Fortuño
como de Alejandro: la postración
ante cualquier cosa o persona que suene “federal”. ¡Pobre País! Si
los federales no dan por Puerto Rico ni un pepino angolo. Les importamos un pito.
En
alguna parte bíblica del Deutero Isaías leí alguna vez esta sentencia: “Tu pecado te alcanzará” --- de hace 30
siglos. Y en Benjamin Franklin
hace 2 siglos y medio, esta joya de verdad y brevedad: “La honestidad es la mejor política”.
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