No debe
resultar difícil para el ciudadano promedio --- llamémosle pueblo -- concebir
al gobierno como la maquinaria administrativa --- legislativa, ejecutiva y
judicial --- encargada de administrar los programas de gobierno, la política pública
supuestamente al servicio del Bien Común.
El
material de trabajo para esa función administrativa lo provee el pueblo mismo,
mediante los programas de los partidos políticos, encargados estos de organizar
la opinión pública en torno a valores, intereses y necesidades.
Lo
anterior representa una definición sencilla del sistema y proceso democrático. Tal supuesto funciona prácticamente
bien en épocas de consenso social, de homogeneidad valorativa, o de liderato
dedicado al servicio y no a servirse.
Así ocurrió en Puerto Rico de 1940 al 1968, porque líderes y pueblo
estaban leyendo el mismo texto y la misma página. Lo he expresado en otro contexto con una formula
sencilla: se trata de un liderato
que consideró que la felicidad pública constituía el principio de su felicidad
privada, y no al revés como se estila en nuestros días.
Lejos
de esa feliz fórmula, como antípodas unas de otras, vivimos en Puerto Rico en
2014 una especie de macabra geometría política en que los intereses de la oligarquía
gobernante y sus clientes de todo tipo viven y circulan en forma paralela a los
intereses y necesidades del pueblo, pero paralelas al fin esas dos realidades
no se encuentran.
La vida
de los jefes, los contratos, las alianzas, los accesos al poder y las
concesiones especiales --- los amigos, los parientes, los compañeros de
“sociedad”, los excompañeros de estudios, los contribuyentes políticos, se
tragan y sacrifican la otra vida, la deprivada de todo lo anterior --- paralelas
ambas, en el tiempo, en el espacio, en el partido, --- pero no se encuentran.
Gobierno
y pueblo se intersectan cada cuatro años, en las campañas políticas. Después, desde 1968 al presente, apenas
se interpelan, se conocen, o dan cuenta una a la otra de sus andanzas.
Para la
vida oficial --- del poder, del mando, del “prestigio” honorable por el puesto
que se ocupa, --- el pueblo, sus necesidades, sus circunstancias, su empleo, su
salud, su educación, su seguridad es un primo pobre, un estorbo al disfrute del
poder o la apariencia del poder.
Necesitamos
urgentemente una nueva geometría política en la que las vidas paralelas de
gobierno y pueblo de intersectan en el servicio, de la misma manera que se
intersectan en el voto.
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