En más
de una ocasión escuché de labios de Don Jaime Benítez --- amigo siempre, adversario
en algunas ocasiones ---, enfrentado a actuaciones irracionales y bajunas de
Carlos Romero, la expresión lapidaria
del demócrata en minoría: “El
error fue perder las elecciones”.
Porque ganar las elecciones, en un contexto democrático competitivo, es
la primera obligación y aspiración del político. Que existan en la vida valores más profundos y fundamentales
para la vida humana, ni que decirlo.
Pero las elecciones son término y síntesis de porqué y para qué se
combate cívicamente. El que no le
tenga aprecio y respeto a los votos, que se busque otro quehacer que le de
sentido a su vida y a su responsabilidad con los demás.
Aspirantes
a líderes hay, sin embargo, que en servicio a sus esquemas ideológicos,
deprecian las elecciones, que es como despreciar a los electores. El olimpismo retórico en servicio a ideologías
abstractas e integrales les impide calar las circunstancias concretas que
facilitan o impiden la realización de las ideas. Si las cosas --- ya veremos más delante de qué se trata ---
no se ajustan a sus olímpicos ideales, pues peor para las cosas. Con la desventaja, en ese caso, de que
las cosas siguen siendo como son, y patean a quienes las ignoran o desprecian
como muy poca cosa para mentes sublimes y adelantadas.
Permítame
el lector fundar estas observaciones en dos principios en que se anclan estas
reflexiones. Se trata de precisar
el punto de partida de todo político, pero especialmente del político democrático,
y por tanto del político o aspirante a tal. Se trata de puntos de partida --- principios, decimos en filosofía
--- que al argumentarse y aplicarse conducen a conductas intelectuales y prácticas
enfrentadas. O se parte --- en el
primer principio --- de las cosas, de los objetos políticos, instituciones,
grupos, intereses, pasiones, ideales operantes, enfrentados en la lucha cívica,
e ideas y aspiraciones del animal social que es el hombre, o no se hace política. Esa es la materia prima del político
realista, pragmático, incrementalista hacia ideales y programas
plausibles. Aquí el carácter de la
sociedad, su psique colectiva, constituye el punto de partida de toda
posibilidad de justicia y progreso.
Por la
otra banda anda político o aspirante a tal que habita en el mundo de las ideas, de los ideales abstractos y
absolutos, para medir con ellos la pobre realidad del hombre común y la
sociedad compleja.
Aplicación: los que andan, en el Partido Popular,
asegurando los valores operantes del pueblo, aspiran a anclarse en las cosas
como son y no como otros quisieran que fueran: las vulgares cosas políticas y sociales, y culturales, como
centro de gravitación política.
Por la otra banda andan los que quisieran que la política fuera otra
cosa: ¿Salvación nacional? ¿Libertad política absoluta?
Los
primeros --- con sus principios de realidad --- andan tratando de asegurarle al
pueblo lo que este más aprecia, la ciudadanía americana. Los otros tienen su visión atada a otra
estrella, la salvación absoluta, con o sin pueblo.
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