Mientras
tanto, aquí en Guaynabo City un pichón de Faraón tropical ha retrasado por más
de 72 años el desarrollo democrático del País con su robo descarado de una
primaria en su propio partido. En
el antiguo Egipto, y hasta los otros días, cualquier mandón torcía el rumbo del
País y frustraba sus aspiraciones de libertad y democracia. En Guaynabo City un faraoncito ad hoc
ha ensuciado el moderno historial de limpieza de las primarias y elecciones
puertorriqueñas, de 1940 a 2012.
Los
hechos son esos, indiscutibles e indiscutidos, porque los mismos malhechores
han optado por el silencio culpable en vez de declarar la verdad. La policía municipal, de su jefe hacia
abajo --- y Héctor O’Neill riéndose detrás de las cortinas --- han dicho que no
pueden decir la verdad porque se incriminan. Además, saben muy bien que “el hermano grande” --- el
alcalde O’Neill – los está velando para botarlos. ¡Esa es la policía de la que depende la ciudadanía, y ese el alcalde de que depende para la
administración honesta de sus dineros públicos!
A la
orilla de ese pantano, Luis Fortuño, presunto líder de ese partido, se vuelve
un ocho, baila un baile del zambito leguleyo, para enredar una situación
“transparente”, como le gusta reclamar de la boca para fuera. Ni tiene la autoridad, ni tiene el
valor para dirigir ese partido hacia fuera de ese pantano moral.
Recuerde
el lector, y anote: una cosa es el
poder legal o ilegal que se ejerce, y otra, muy otra, es la autoridad
moral. A los faraones y los
faraoncitos le sobra lo primero y le falta lo segundo. Fortaleza y Guaynabo ilustran esa
diferencia; mucho poder bruto, implacable, pero moralmente desnudo. Como los antiguos faraones.
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