El otro
asesor --- legal esta vez --- de Hector O’Neill es mi amigo, distinguido
criminalista Joaquín Monserrate Matienzo, una autoridad en materia de
evidencia: es decir, ante la
evidencia clara de un delito, él puede desaparecerla --- ¡ahora la ves, ahora
no la ves! Es obvio, un crimen necesita un criminalista. Se trata casi de una confesion. Hace
tiempo acuñé una teoría sobre los abogados criminalistas: yo sé si el acusado es culpable o no
dependiendo de quien es su abogado.
Modificando levemente el dicho bíblico de los frutos, podríamos decir:
“por sus abogados los conoceréis”.
Pero ese es nuestro sistema adversarial de justicia criminal. Claro, O’Neill no se ha quedado en su
abogado y en su panita ex alcalde de Bayamón, ya que otros dos marrulleros
locuaces han defendido su santa inocencia: el alcalde de Toa Baja, Aníbal Vega Borges, y el de Yauco,
Abel Nazario. El primero alega
haber sido profesor de derecho.
Parecería que de entuertos le quedaría mejor. El segundo es una manguera rota de politiquería sobre
absolutamente todo en el universo.
Todo
este seudo-proceso de investigación quedará en nada. Fortuño favorece el amapucho y el presidente de la Comisión
Estatal de Elecciones da señales de flaquear ante el interés de Fortuño de que
se tape la porquería a la mayor brevedad.
Ante
todo ese espectáculo de prostitución del proceso democrático, queda el pueblo
de Guaynabo estupefacto. Porque
por abajo el fraude lo urdió y dirigió O’Neill, pero por arriba el
encubrimiento lo dirige Fortuño.
Por
arriba los guaynabitos insaciables de poder y dinero, por abajo, la clase media
y pobre, que ha perdido hasta la fe ante el desmoronamiento moral de sus ídolos
de barro.
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