Aún en
Occidente hubo que esperar hasta mediados del siglo 17, en Inglaterra, para
consagrar el consentimiento de los gobernados, y la soberanía del pueblo como
fundamentos de la legitimidad del poder público. Ese hecho suscitó, en adelante, abundantes y complejas
reflexiones sobre los principios de liderato que acredita el ejercicio del
poder legítimo de unos ciudadanos sobre otros.
El estudioso que con mayor sistema y enjundia
estudió esa transición, y explicó para el mundo actual las variedades de ese
liderato legitimo, basado en la ley, fue el sociólogo alemán Max Weber, a
principios del pasado siglo. En
una serie de libros sobre el capitalismo y la religión, y sobre la política
como vocación, acuñó una nomenclatura todavía válida hoy, sobre los tipos de
liderato que confieren poder en un contexto de sociedad libre.
Clasifico
Weber las variedades de ese liderato en tres divisiones: liderato
carismático, basado en el mero
impacto de la personalidad, la presencia del líder, que atrae y arroba a sus
seguidores de una manera poco menos que irracional. En segundo lugar, ha sido frecuente en la historia y en la
actualidad un tipo de liderato
tradicional, hijo de la herencia, el hábito, la cultura política. Finalmente, habló Weber del liderato racional: basado en razones, análisis,
alternativas, proyecciones de consecuencias.
Por mi
cuenta añado y acuño un cuarto tipo de liderato, compatible con el análisis
Weberiano: el liderato operacional, basado en el manejo competente de los
factores políticamente significativos en un contexto de sociedad libre, el
liderato que produce resultados deseables para la comunidad política.
Invito
al lector a ubicar a Luis Fortuño en esa madeja de lideratos posibles. Pero le
adelanto que no hay espacio en ella para los timoratos, los enclenques, los
asustadizos.
Luis
Fortuño engañó al País de una manera fundamental: corrió para gobernador y no gobierna nada. No gobierna el Ejecutivo, que es una
enredadera de republiquitas y corrupciones. Nadie le hace caso, y no es líder de nadie. No gobierna --- no liderea --- el PNP
porque no se atrevió a tiempo a enfrentarse al maleante de Trujillo Alto. No gobierna al club incívico de damas de la Cámara. No es líder ni moral ni político, de los alcaldes, que hoy
se retratan ---los más locuaces, Abel Nazario, Vega Borges, Héctor O’Neill ---
como autónomos en la defensa de la corrupción, la suya y la ajena.
Ciertamente
Max Weber no estaba pensando en Luis Fortuño para su nomenclatura de
liderato. El liderato enclenque,
de conejo asustado, fruto de la mendacidad y la traición --- no cabe en su sistema, porque
representa el anti-liderato: ¡ni fu ni fa! ¡Tira la piedra y esconde la mano!
Felicidades Profesor. Puerto Rico necesita los eruditos y la experiencia para medir el presente y disenar el futuro. Sabemos que podemos contar con su intelecto como antes pudimos contar con el "cerebro magico" Geigel Polanco. Gracias por sus aportaciones. Salud.
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