El
viejo Aristóteles, en su tratado sobre Poética, dejó sentado para la posteridad
los cánones para el enjuiciamiento de los personajes que pueblan la vida
pública. Conforme a su análisis,
no todas las caídas aparatosas son trágicas, porque en muchos casos el carácter
pedestre de los personajes no los cualifica para tan altísima categoría de
infortunio.
Cerca
de nuestra experiencia, por ejemplo, la caída de Richard Nixon no cualificaba
como tragedia, porque le faltó a su carácter el elemento noble que hace trágica
la caída, creando emociones de temor y compasión. Abraham Lincoln y John Kennedy, tanto como su hermano
Robert, poseían de sobra ese ingrediente de estirpe, de grandeza de alma, que a
la hora de la muerte convoca esa sensación de pérdida trágica.
Cerca
de nosotros, en nuestro tiempo y en nuestro espacio, nos enteramos esta tarde
de la dimisión del Secretario de Justicia, Luis Sánchez Betances. El elemento trágico de su caída es
evidente porque la motivó una incondicional amistad con un compañero de profesión
y de convivencia humana. No medió
en su conducta asomo alguno de interés personal o material, pues lo que
sorprende en ella es la entrega total al amigo.
No había
alternativa, al hacerse pública su actuación sino la del noble romano ante el
dilema moral de alternativas inaceptables: lanzarse sobre su espada para preservar el honor.
No podía
faltar, ante experiencia tan amarga para el País y para el Secretario, la
salida oportunista de su escondite utilitario, de Rafael Hernández Colón,
absolviendo al Secretario de los costos de su error --- para lo cual el
exgobernador no tiene la más mínima conciencia ética. El propósito claro no ha sido exculpar a Sánchez Betances, sino
el de ponerle una banderilla crítica al Gobernador García Padilla, renovando
con ella el chantaje continuo que le impone como precio de no atacarlo de frente.
¡Te
conozco bacalao...!
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