Nuestro
País es el más politizado del universo y de la historia. Sólo comparable con la Atenas del siglo
quinto antes de Cristo, los partidos luchaban como fieras, sin límites, hasta
el debilitamiento total, exánimes a la llegada de la agresiva Esparta.
Nuestra
Constitución legitima los partidos políticos como representantes de las
facciones organizadas, y deja el campo libre a su organización y
proliferación. De ellos se nutre
el Estado, que entonces se organiza en Ramas de gobierno, Legislativa,
Ejecutiva y Judicial. En ese
esquema, los valores operantes del pueblo --- sus intereses --- se canalizan
hasta convertirse, mediante acción legislativa, en leyes que organizan la vida
ciudadana de forma pacífica.
A veces
no nos gusta el producto legislativo, como culminación del proceso contencioso
y antagónico que para cada ley se escenifica a todo lo ancho y largo de la
sociedad. Por más diverso y
complejo que sea el proceso, un día tiene que terminar y producir leyes válidas
para todo el pueblo. Si alguien
cree que esas leyes violan los derechos de los ciudadanos, individual o
grupalmente, la Constitución provee un poder judicial para certificar o
invalidar esas leyes. Lo que no
debe ocurrir, sin violar la letra y el espíritu de la Constitución, es que los
jueces se adelanten al derecho rogado y entren a la refriega política,
degradando así su función de árbitros imparciales. Que una ley les parezca inconstitucional, bien, pero espere
que se le plantee la cuestión para revisión judicial y no brinque la valla de
su imparcialidad y objetividad por el hecho de que se afecte.
Ese es
el cuadro que hemos observado en los últimos días tras haber tirado a la
palestra pública, el Juez Presidente, al Tribunal que preside, restándole en
adelante su independencia de criterio y acción, y su dignidad y honor, lo que
le quede.
Para
complicar la situación y empeorarla, aumentando la confusión, el Arzobispo de
San Juan entra a la palestra pidiendo negociación sobre la ley ya aprobada
sobre el retiro de los maestros.
Hace meses que se está discutiendo en el gobierno --- Legislatura y
Gobernador --- con los maestros, que lo único que han propuesto es posponer, posponer
y dilatar, ¿esperando qué, a Godot acaso?
El
Arzobispo revierte su intervención a los días del “ancient régime” previo a la Revolución
Francesa, cuando la Iglesia Católica era el segundo poder del reino, después
del rey y la nobleza, sobre el Tercer Estado, que era el pobre pueblo. El Arzobispo debe saber que eso ha cambiado,
y que su Iglesia puede opinar pero no mandar. Este diferendo entre pueblo y gobierno por un lado, e
intereses particulares por el otro, no tolera directrices religiosas de toreros
espontáneos. Primero los jueces, ahora
el Arzobispo. Aquí todo el mundo
quiere mandar por sobre los representantes electos por el pueblo. Así no es en la democracia.
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