Puerto
Rico como unidad histórica de experiencia, como ente nacional --- País, dicen
algunos --- está atravesando, desde 1992, una retahíla de crisis envolventes, entrecruzadas,
cuyos elementos más prominentes han sido la recesión y después la depresión económica,
por un lado, y la corrupción gubernamental, por el otro. La segunda calamidad --- la corrupción
--- ha intensificado la primera, puesto que ha malversado los escasos recursos públicos
hacia personeros políticos que le han restado recursos al sector público para
lidiar con las necesidades perentorias del pueblo en términos de empleos y
servicios.
Que un
gobernador como Pedro Rosselló haya abusado de su incumbencia para producir una
cosecha interminable --- 40 pilletes en cárceles federales y estatales --- de
rateros, mientras se le premia con costosa escolta y dinero de fundaciones
trompito que nada aportan al País, como hermano siamés de Rafael Hernández Colón,
dice mucho de la enfermedad moral de este pueblo. Que Luis Fortuño haya repartido miles de millones entre sus
cuates, descaradamente, en actitudes perversas y cínicas, y que sólo haya
perdido las elecciones por unos escasos once mil votos, deja tanto que desear
sobre el carácter de este pueblo como del de él mismo.
Esa
doble ratería oficial, unida a la crisis estructural de la economía, conforma
un reto político, al pueblo y a los políticos, que exige para enfrentarlo una metodología
política, realista y práctica, que no veo por ninguna parte en el horizonte
inmediato. A la incompetencia y
superficialidad del gobierno --- y más que eso, a la ausencia de competencias
de mando ---, hay que añadir las actitudes y métodos con que nos disparan todos
los días los supuestos salvadores de la situación: la tripleta ideológica del status, por un lado, y los
salvadores y redentores del País a nombre de la “comunidad”, mediante un
concepto totalitario, que vale decir “unitario” de esa comunidad, para a nombre
de ella reclamar el poder político --- sustituyendo al gobierno electo por el
pueblo para esos fines --- sin la molestia de inscribirse como partido político.
El País
tiene problemas específicos y discretos de empleo y desempleo, de inversión, de
contribuciones y presupuesto, de salud, de educación, de instrumentalidades públicas
al servicio de la ciudadanía, de calidad representativa en la Legislatura, y 20
instituciones más enumerables.
Todas ellas conforman el gobierno y la sociedad.
Frente
a esos retos, hay que recordar que ni el universo como tal, ni la totalidad de
nuestra realidad histórica y social, es problema manejable directamente por la
inteligencia. Porque la experiencia nos presenta la realidad por partes, y nos
pide relacionar esas partes hacia un todo, pero recordando siempre que ese
“todo” es abstracto, una construcción mental, y que no es materia de solución
como totalidad.
Pretender
arropar todos nuestros problemas con el toldo de “la comunidad”, o “la
iniciativa ciudadana” es optar por el poder político sin legitimidad, al
servicio de intereses económicos y publicitarios privados. Es querer mandar sin la encomienda explícita,
electoral, democrática, del pueblo.
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