La
sociedad, lo que los griegos llamaban Polis, o politeia --- es decir comunidad
--- se compone de muchas partes, como no se cansaba Aristóteles de repetirle a
su maestro Platón, que era el sublime maestro de la unidad, de la Idea total,
orgánica, que lo comprendía todo, y que consideraba a las partes como elementos
disociadores.
Sin
embargo, por debajo de esas diferencias doctrinales, o de escuelas filosóficas,
el legado de la antigüedad de Grecia y Roma, reiterado por todo el pensamiento
medieval, y micho más el moderno, se concentra en una virtud política por
excelencia: la justicia.
Cuando
Platón y Aristóteles, y Santo Tomás y John Locke, y Rousseau y Jefferson y
Madison a finales del siglo diecisiete y dieciocho, articularon la esencia de
la convivencia política, aterrizaron todos en lo mismo: la justicia es la esencia de la
convivencia política civilizada, y digna de la voluntad y del sacrificio de los
seres humanos civilizados.
¡Cuánta
negación de todo eso representa la miseria moral que vive Puerto Rico en esta
hora aciaga, de desmoralización y desesperanza ante el espectáculo de una
generación y clase política corrupta y ajena al Bien Común y a la Justicia que
representan la única justificación de la vida pública, dedicada al servicio
público, esto es, a la Justicia.
Una
sola degradación de esa perenne aspiración a la justicia como esencia de la
comunidad saludable basta para degradar también toda esperanza de salud cívica,
y de que el gobierno muestre ante el pueblo el decoro de tratar, por lo menos,
de acogerse y servir a la decencia cívica.
Cuando
la justicia de un País está en manos de una pandilla partidista de politiqueros
que inventan racionalizaciones para justificar la porquería moral que
representan, el asco que no le da a ellos sino a los que recibimos y observamos
su putrefacción moral, nos sume en la desesperanza.
La
historia y la sociedad, sin embargo, no son estáticas. Cambian, evolucionan, corrigen sus
porquerías situacionales, y dejan atrás, como vertedero insalubre, a los
alcahuetes de la maldad: a los
Koltoff, a los Martínez, a los Filiberti, a las Myriam Pabón politiqueras, y a
los Estrella. ¡De más alto han
caído otros!
Ante
ese espectáculo de cafrería jurídica, el llamado de la Juez Presidenta, Ileana
Fiol, es a la vez dignificante y patético. Preside un tribunal de ratas venenosas. Pero no es culpa de ella, sino de
ellos. Mi antiguo amigo y colega
universitario Santos P. Amadeo hablaba de sastres jurídicos. Si viviera hoy le cambiaría su adjetivo
de sastres a cafres.
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