Durante
todo el siglo 20, del 1902 a 1940, Puerto Rico vivió en la pobreza, en la explotación
de su vasta clase trabajadora pobre y campesina, a manos de unos hacendados del
café, el tabaco, y la caña de azúcar.
Nuestra legislatura se constituía durante esas largas cuatro décadas por
los abogados y representantes de aquella burguesía criolla explotadora.
En 1940
el pueblo mismo, respondiendo al liderato intelectual de una generación
iluminada por principios de elemental humanidad y justicia social, realizó un
cambio dramático, revolucionario.
Echó a los mercaderes republicanos del templo capitalino e instituyó un
programa reparador, transformador, de equidad social y crecimiento económico. Ese proceso restaurador de los viejos
ideales de justicia social y económica y de autonomía política llegó hasta
1968, cuando se agotó precisamente el compromiso moral y político con la
democracia del pueblo, dándole paso a la oligarquía de los nuevos mandones de
la política clasista, de casta, que ha imperado en Puerto Rico desde entonces,
desde Luis Ferré en 1969 hasta el día de hoy, hasta la noche en que escribo
estas líneas. Fui observador
primero, desde adolescente, participante después, desde el servicio público, universitario
primero, legislativo después, de aquella transformación, desde que se inició en
1940 hasta que se corrompió en 1968.
Lo que
en la poética puertorriqueña se llamó la “Isla del Encanto”, se transformó ante
nuestros ojos en la “Isla del Espanto” en que vivimos.
El análisis
sociológico de los actores políticos de 1902 hasta 1940, y de ahí hasta 1968,
se daba en términos de la decisión tradicional entre clases sociales, los ricos
y los pobres, y los medianos. Sin
embargo, la perversión de los frutos del desarrollo económico, de 1969 hasta
hoy, han convertido la división de clases estrictamente económica en
estamentos, castas, que reproducen el esquema feudal de señores y siervos. Los dos partidos políticos que se turnan en el poder son
como dos figuras geométricas congruentes, con diferencias de grado y no de
especies.
Comparten
un sólo valor absoluto, y no es le pueblo. Es el poder para servir a sus clientelas. Se dedican a las tonterías de la imagen
pública y no a los programas y las acciones problemáticas, que pueden costar
votos. En ese caso, en vez de
educar, se dedican a flotar con tonterías huecas, imaginistas, según los
instruyen sus agentes de publicidad.
Donde
no hay liderato, el pueblo perece.
Con muy raras excepciones --- en las Cámaras Legislativas, que por el otro
lado es un área de desastre --- no hay discurso político, no hay educación
sobre principios, fundamentos y realidades. ¡Flotar, flotar, flotar!
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