miércoles, 7 de marzo de 2012

La Campaña Política como Guerra Total

A partir de 1939, cuando Adolfo Hitler invadió a Polonia y desató la Segunda Guerra Mundial, el líder nazi describió su cruzada como una “guerra total”.  Había lógica en su propósito y en su actitud:  para el líder totalitario, la destrucción del enemigo tiene que ser total.  No importa que sea sucia, de lodo personal contra el adversario.

Si uno limita esa estrategia y voluntad de poder al caso de la guerra – la guerra del totalitarismo contra la democracia y la libertad ---, su actitud y programa tenían cierta lógica.  Se trata de la guerra total, del exterminio, contra el enemigo democrático y liberal.  Pero trasladar esa mentalidad totalitaria a  una campaña política en una democracia acusa demencia moral, porque entonces la campaña política no es una contienda cívica entre ideas, personas y partidos, sino guerra total de exterminio del adversario, para lo cual hay que apoderarse de todas las instituciones del estado y la sociedad. 

En ese diseño totalitario de guerra total, las instituciones que bajo la Constitución y la ley deben servir a todo el pueblo --- el Departamento de Justicia, la Secretaría de la Gobernación, la Oficina del FEI, la Oficina de Ética Gubernamental--- se convierten en Comités del PNP para perseguir a la oposición política, dirigidos desde Fortaleza, como si se tratara de ganar a como dé lugar, porque se trata del juicio final de la historia.

Ese es el retrato de Hitler, de Mussolini, de Stalin y de Francisco Franco.  Para desgracia de Puerto Rico, ese es el retrato de Luis Fortuño, un roedor político, un paquetero que se cree más jaiba, más listo  y más tunante que ningún otro político histórico o actual. 

La guerra total de Fortuño no es solo contra el Partido Popular.  Es contra el País, es contra la decencia elemental que supone el valor de la verdad, el respeto a los hechos, el decoro en la lidia cívica contra los adversarios y, a fin de cuentas, el respeto a sí mismo y a la posición que ocupa, que es patrimonio del pueblo, que por ello resulta mucho más decente que su gobernante.

En realidad de verdad, las mentiras de Luis Fortuño no tienen sino un solo fin:  encubrir y justificar la profunda y extensa corrupción que representa su gobierno.

Vergüenza debe darle, pero no la tiene.  Porque se cree más listo, más jaiba, más astuto que el pueblo que lo observa espantado.

La guerra total se sirve de la mentira total sobre la corrupción generalizada de su gobierno.  Ante esa realidad, la pretensión y la actitud que se expresa en su carita de “yo no fui” no engaña a nadie.  Cuando el pueblo lo juzgue y lo destituya de la gobernación que ha denigrado, irá con sus millones a donde se fue Pedro Rosselló con los suyos, a disfrutar del dinero sucio que le robaron al pueblo.

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