En la
democracia imperan dos elementos constitutivos de las decisiones del Estado
para con los problemas y necesidades de los ciudadanos. En primer lugar, el proceso de discusión y consenso que
permita moverse hacia nuevas fronteras de concordia, más allá de la
discordia. Por el otro lado, y
como culminación de ese proceso, esta el producto
que los actores políticos acuerdan para remediar las deficiencias valorativas
de la sociedad en un momento dado.
Veamos, con respecto a los proyectos aprobados anteayer por la Cámara de
Representantes, cómo lucen esos dos elementos de la faena legislativa.
El
proceso fue aparatoso, lastimoso, desmoralizador para todas las partes
envueltas en el pugilato de poderes y de valores. El fundamentalismo religioso quería desbancar todos los
proyectos contra el discrimen, en base a un reclamo de ser los enviados de Dios
para tal propósito a nombre de un primitivo culto procedente de una familia de
Ur de los Caldeos, de por allá del Sur de Irak, hace cuatro mil años. Los legisladores, que entraron a este
debate como toros miura, terminaron como bueyes enyugados por la demagogia y el
tajureo de votos prospectivos. El
Gobernador hizo un papelazo de súplica, y una flaca mayoría cameral le perdonó
la vida.
El
balance es una perfecta definición de cómo no debe actuar una Legislatura ni un
Gobernador. Pero, lo hecho, hecho
está. Vamos al balance de
ganancias y pérdidas.
La
democracia no es asunto de victorias completas, absolutas, perfectas. En ella el proceso que conduce a
soluciones puede ser y con frecuencia lo es, pantanoso, conflictivo, odioso
para las almas sensitivas. Pero aún
así --- porque usualmente es inevitable que así sea --- puede producir
soluciones necesarias, positivas, de avance incremental para los que necesitan
importantes correcciones en la sociedad y la cultura.
Se ha
dado un paso de avance, y los “divinos pastores” lo saben. No hay marcha atrás para la equidad y
la dignidad humana. Pero quedan
vastas áreas, dentro de la misma temática de derechos para los homosexuales y
lesbianas, que la cobardía de los legisladores populares y del Gobernador
decidió sacrificar ante el chantaje de los fundamentalistas de la ignorancia
invencible. Lo importante es que
todo eso es agenda de futuro, y que no hay marcha atrás.
Dos principios,
uno filosófico-político y el otro teológico, presiden la reforma, aunque
trunca, que se ha aprobado. El
primero es bíblico --- asignación de lectura para los “divinos pastores” y uno
que otro sacerdote católico ---:
“Dios no hace acepción de personas”, dice el Nuevo Testamento, por lo
menos mi antigua copia, y el otro, democrático-constitucional, manda
taxativamente a “la igual protección de las leyes”, punto.
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