Ese fue
el título del informe final del Cardenal Newman, el prelado británico de fines
del siglo 19. Apología del sentido
total de su vida y su ministerio.
Fue un informe-relato de su distinguida carrera, una historia de eventos
luminosos, dramáticamente rescatados del olvido.
He
pensado en esa obra y en esa vida este fin de semana, ante la estrafalaria
opinión del Tribunal Supremo de Puerto Rico en defensa de las gollerías que
asumen como suyas ante la crisis fiscal del País. Se amparan en la letra muerta de la Constitución, como si
este fuera un documento sagrado, disecado, intocable ante las crisis del Estado
que los honró un día y al que deben lealtad y solidaridad. Pero no, se juntaron, unánimemente, a
favor de sus dólares, sueldos y pensiones, que son también los de sus cónyuges
hasta la muerte, incluyendo los aumentos que puedan haber después de
retirarse. Eso es sencillamente
una inmoralidad.
Esos
sabuesos del derecho definen la independencia judicial y la separación de poderes
en términos de dólares y centavos.
La autonomía judicial es dinero, no es conciencia, no es carácter, no es
ética. ¿Cuán bajo se puede llegar
a nombre de la justicia?
Dijo el
Presidente del Senado Bhatia que repudia esa decisión y la ética monetaria en
que se basa. El Presidente de la Cámara
perdió la guagua. Respeta la decisión,
dijo, pero la cree equivocada.
¿Respeto? ¡Más bien
debilidad de carácter! Al
Gobernador y a la Legislatura no le queda más remedio que ajustar la autonomía
fiscal de la Rama Judicial a las necesidades del momento, puesto que todos deben
contribuir con el País.
http://www.youtube.com/watch?v=n9KFLl3OIpk
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