A
mediados del siglo 19 Carlos Marx y Federico Engels postularon en diversos
libros una tesis histórica sobre la economía que era teóricamente
revolucionaria y éticamente deprimente.
La base real, descriptiva, de la tesis marxista, elaborada más tarde por
los sociólogos políticos alemanes e italianos --- Roberto Michels y Wilfredo
Pareto --- postulaba, como ciencia histórica y social, que la sociedad moderna
se confrontaba – es decir, tenía la forma de una lucha de clases entre unas minorías
económicamente dominantes y explotadoras que mal pagaban y explotaban a los
trabajadores, los verdaderos creadores de riqueza, por un lado, y por el otro
unas masa que producían esa riqueza pero que vivian a un nivel de subsistencia.
De esas
premisas históricas y sociológicas Marx y Engels saltaron --- en el Manifiesto
Comunista, entre otras obras --- a la conclusión política que el proletariado
explotado tomaría conciencia de la explotación de que era víctima y se uniría
en una revolución contra los capitalistas explotadores, produciendo así una sociedad
sin clases y la abolición --- disolución, más bien --- de la explotación de una
clase por otra.
Tal desenlace
de conciencia revolucionaria no ocurrió, porque las clases dominantes, los capitalistas,
al cobrar conciencia de los posibles efectos de su explotación de la clase
trabajadora, internalizó el mensaje y la predicción de Marx y se dispuso a
evitarla. El movimiento obrero alemán
--- bajo la inspiración de Otto Von Bismark, en el siglo 19, y el “Nuevo Trato”
del Presidente Roosevelt en Estados Unidos en los años 30 del pasado siglo,
tanto como el movimiento socialista y laborista democrático inglés a raíz de la
Segunda Guerra Mundial, evitaron la concreción de la profecía marxista.
De ahí
en adelante hasta nuestros días la clase dominante de las alturas estratégicas
de la economía --- la banca, la gran industria, el aparato militar y los medios
de comunicación en masa --- se han apoderado del aparato gubernamental y
manipula lo que consume el pueblo mediante la publicidad, de tal manera que se
constituye en el gobierno permanente, que compra y dirige a los partidos políticos
“democráticos” y soborna y compra las políticas públicas del gobierno de turno.
Cuatro
o cinco bufetes de abogados de San Juan, dos o tres firmas de contabilidad,
media docena de tahúres de la especulación de terrenos y construcción, compran
los partidos y sus líderes con una parte de las inmorales ganancias que estos
le prodigan con los haberes y los fondos públicos. Cuando explotan los fracasos, estos “malhechores de la gran
riqueza”, como los llamó Franklin Delano Roosevelt en 1934, se mudan de partido
y hacen lo mismo en el otro lado, y dejan en su rastro una verdad amarga: nuestros líderes venden al País y al
pueblo por dinero de campaña.
Eso es
lo que ha pasado en Puerto Rico, y sigue pasando, desde 1968. Ese es el gobierno permanente, que ha
destruido la democracia como método de cambio social y la fe pública en la función
reparadora del voto.
“A nation cannot be half free, half slave.” He ahí la clave de la alternancia de los partidos políticos de que habla Hernández Colón. No hay consenso. Si todos estuviéramos de acuerdo con el ELA, no habría problema. Ese consenso se perdió en un mundo donde nadie puede sustituir el rol de Muñoz Marín. El ELA en realidad era como un equilibrio inestable y Puerto Rico anda buscando un nuevo equilibrio en un mundo donde el Internet ha eliminado la distancia. En ese mundo Puerto Rico está gobernado por una oligarquía al servicio de un capital absentista al que no le afectan las condiciones de la vida de la isla. Lo de Puerto Rico es equivalente a una guerra civil a la espera de que uno de los dos bandos salga victorioso. Esa guerra civil la comenzó Hernández Colón al tratar de perpetuar el Estado Libre Asociado. Según Schumpter, la esencia del capitalismo es “creative destrcution”. Estamos en la fase de la destrucción y Puerto Rico está desmontando el “ancien regime.”
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