Mi
título de hoy está tomado del historiador y pensador político de principios del
siglo 16, Niccolo Maquiavelo. Las
simplificaciones y superficialidades de sus detractores --- mala prensa --- lo
han hecho pasar a la historia moderna como un cínico del poder: “El fin
justifica los medios”, cuando lo que el señaló fue la obvia verdad de que si
usted quiere un fin particular como objetivo de su acción tiene que atenerse a
los medios que ese fin exige, y no otros, que resultarían irrelevantes.
Pues
bien, el estudio de la historia antigua, especialmente de la Roma republicana
--- que él admiró por sus instituciones libertarias y por la pluralidad de las
fuentes del poder --- le reveló, junto a su experiencia política, diplomática e
historiográfica de los principados italianos del Renacimiento, que un príncipe
exitoso tiene que librar sus batallas, y pelear sus guerras, con recursos
propios, y nunca con armas ajenas, que hoy están y mañana desaparecen.
Esa
doctrina de realismo político es especialmente aplicable a las vicisitudes que
hoy vivimos los puertorriqueños cuando despertamos a la realidad de que la
fuente de nuestro tesoro público anual --- el presupuesto --- desde los años
ochenta no ha sido el trabajo y el producto fiscal de nuestro propio pueblo
sino los préstamos tomados a extraños, sin límites, sin responsabilidad y sin
fuentes seguras de repago.
La
pregunta que tiene que imponerse a la mente pública en estos momentos es sencilla
y condenatoria: ¿en qué estaban pensando
nuestros gobernadores, desde Rafael Hernández Colón hasta Luis Fortuño, cuando
presentaban a la Legislatura, y esta aprobaba sin preguntas, presupuestos
falsos, espurios?
La
victoria, dijo John Kennedy a raíz del fiasco de la Bahía de Cochinos en 1961, tiene muchos padres, pero la
derrota es huérfana. Ya salieron
los traficantes de aquellos presupuestos falsos a negar su participación en ese
“monumental hoax”, con el consabido “yo no fui”. Hernández Colon ahora quiere dar cátedra de “valores” y de
“solidaridad” desde la guarida de Ponce donde disfruta de los privilegios
leoninos de escoltas, oficina de exgobernador y millones para una fundación espuria que nada aportan al País.
Rosselló ha dicho lo mismo, mintiendo y regodeándose
en un nicho parejo al de Rafael. De Carlos Romero Barceló, no se hable, en su función de roedor de fondos
públicos a lo Rafael. Doña Sila no
se ha quedado atrás: “Yo tampoco
fui”. Aníbal Acevedo Vila ha
guardado un silencio discreto, porque sabe que también él fue. Fortuño anda por los Estados Unidos dándose
loas a sí mismo por su gran obra.
Sus cuatro años fueron de mafia cruda, de perversidad sin límites.
La
realidad y la verdad, por ser tales, se imponen a la larga, rebotan. Le ha tocado a Alejandro García Padilla
bregar con esa herencia funesta.
Lo está haciendo con rectitud y sentido de responsabilidad. Hay que apreciarlo y ayudarle.
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