Lejos
de ser crisis distintas nuestra crisis económica y fiscal y nuestra crisis cívica,
de valores de solidaridad y de simpatía comunitaria, la verdad es que la anonimia
social --- falta de normas y valores que cimenten toda otra acción en el plano político
y social --- es causa y patología de todo lo económico y fiscal.
Durante el pasado fin de semana --- como si yo ya no supiera nada de nada --- me dediqué a
escuchar, a preguntar y prestarle atención a las opiniones de puertorriqueños
trabados en singular combate con la crisis total que vivimos, económica,
fiscal, política y moral --- y sobre todo administrativa, que es la que afecta
directamente al ciudadano --- y sufrí --- en el doble sentido de aguantar y
tolerar --- las descargas del pueblo sencillo, de todos los órdenes de la vida
activa, profesionales y funcionarios que confluían en los procesos intolerables
de los malos servicios públicos de empleados displicentes, vagos, impreparados,
sin supervisión, contra los ciudadanos que los pagamos.
Esa no
es la crisis económica, ni la fiscal. Es la crisis cívica, carente de valores
sociales y humanas: como peatones,
conductores, policías, funcionarios a quienes les importa un pito la necesidad
del ciudadano que acude a las ventanillas. El servicio público ha sido degradado por el partidismo, por
un lado, y por el sindicalismo amoral que sólo exige mejores sueldos y menos
trabajo, y que como cúmulo de una gerencia incompetente y cobarde, le ha
entregado a los sindicatos los criterios de servicio al ciudadano. El Estado ha sido tan cobarde --- de
1969 a esta parte --- que no se atreve a supervisar la calidad del servicio de
unos empleados ensoberbecidos que parece que siempre están de “break”.
El pueblo
yace oprimido y desesperanzado bajo la clase política que lo explota,
electoralmente y económicamente, padece calladamente, como cordero llevado al
matadero, sin abrir su boca. Ese
pueblo, que no tiene prensa, siente y padece calladamente, y entonces se encanalla,
succionando de las agencias estatales y federales las migajas que lo conforman,
pero sin coraje, sin altivez, sin enjuiciamiento de los políticos que lo
envilecen. De esa manera se unen a
la mano pedigüeña estirada, el equivalente de la ratería de los contratos y
tumbes a que se dedica la clase política.
Comerse
una luz de tránsito, guiar borracho, evadir las contribuciones, mentir para
obtener dineros públicos, se convierte, por abajo, en la virtud cívica,
equivalente a la avaricia de los de arriba.
¿Y la política?
¿Y los políticos? Su función es la
de gobernar, y educar al pueblo sobre las realidades, actitudes, valores,
criterios del bien y del mal.
Pero, ¿dónde están esos educadores? Están velando guïras, atacándose unos a otros. Pervirtiendo al pueblo, en vez de
educarlo.
No en
balde la crisis cívica es peor que la económica y fiscal, porque es mas
profunda.
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