La
fiestecita de despedida que le ofrecieron los intermediarios del petróleo que
van a la AEE constituyó un aurodesenmascaramiento de los depredadores de la
Autoridad --- y por tanto del pueblo consumidor --- con respecto al entramado
de operadores, administradores y vendedores del líquido a través de los buenos
oficios de William Clark Martínez.
Ese es
el balance del “exposé” que les ha hecho El Vocero en el día de hoy, con la
firma de la excelente periodista Jenniffer Álvarez Jaime.
Normalmente,
en Puerto Rico, los analistas y opinadores políticos --- los serios, no los
chabacanos del entretenimiento y el insulto --- nos alimentamos del periodismo
para el acervo de hechos sobre los que basamos nuestros comentarios. De hecho, sólo tres personas en Puerto
Rico conocen de primera mano y en forma total, los hechos y la data total que
produce el gobierno: las tres
ramas y las instrumentalidades financieramente autónomas: el Gobernador, el Director de Gerencia
y Presupuesto, y la Secretaria de la Gobernación. De ahí hacia abajo, todos tocamos de oído, desde la
parcialidad de nuestra ubicación social, valorativa e ideológica, es decir de
partes opinando sobre partes.
Tampoco conocemos el detalle de esas partes.
De vez
en cuando, sin embargo, aparece un periodista, varón o hembra, que sacude el árbol
de la complejidad y el encubrimiento y corre el velo sobre una parte
significativa de la trama burocrática, como en el caso de Jenniffer Álvarez
Jaime contra la tupida pared de tinieblas de la AEE.
En su
reportaje de esta mañana lo incluye todo, porque lo averiguó todo: los principales malhechores, el método
para tomar las decisiones entre ellos, la ceguera y sordera y consentimiento tácito
de la dirección de la AEE --- en otras palabras, los autores y gestores de la
corrupción que ese Cartel dignifica.
Desde
la crisis del petróleo de 1974 los gobernadores de turno conocían la tramoya de
esa corruptela, pero no querían saberlo.
Les bastaba que su partido respectivo capitalizara en esa extensa
“fiesta” cotidiana.
La
situación no aguanta más, no sólo por lo cara que es la tarifa, sino por el
reparto de la energía por la que sólo el pueblo y las empresas pagan a
“Villegas y todo el que llega”: hoteles, iglesias, residenciales, alcaldías, y
todos los santos que allegan su vela a la jauja de la AEE. La reciente ley aprobada por la
Legislatura no toca nada de eso porque se trata de sus clientes políticos
“protovotos”. En ese sentido
comparten la corrupción con los corruptos de adentro de la AEE.
Ahora bien, esta nueva ley tiene
carácter de última oportunidad para la AEE: “Do or die”, como dice el americano. Si la corrupción y la incompetencia
continua, veremos en tres años un proceso de privatización, es decir un salto
final a la luz… o a las tinieblas, sin retorno posible.
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