En toda
la historia de Puerto Rico, desde que Luis Muñoz Marín y su generación le
imprimieron rumbo al gobierno de Puerto Rico y sus instituciones, jamás se había generado un debate tan intenso, agrio y
conflictivo como el que hoy presenciamos sobre la AEE, y en el que participamos
como ciudadanos alertas sobre su importancia y porvenir.
Ese debate
tiene dos dimensiones críticas.
Por un lado la crisis de gerencia que padece, por décadas, la AEE, por
concepto de la corrupción interna que la sacude, la politización partidista que
le carcome las entrañas, y la incompetencia crasa de sus gerencias --- históricas
y actuales ---, que han repartido entre ellos mismos, sus gerenciales y sus
sindicatos, la substancia económica que ha generado como monopolio del pueblo
sobre la energía que necesita en sus familias y en las empresas de todo tipo.
A la
hora que escribo, esta noche, la AEE está descapitalizada: no tiene ni con qué comprar los
combustibles que usa para generar energía, mientras le cobra a todos sus
usuarios por el combustible y su sacramental “ajuste”, que compra con el dinero
que ese pueblo paga, pero que se ha hecho sal y agua en las arcas de la
agencia.
Los
enemigos externos de la AEE --- empresarios, especuladores del petróleo, El
Nuevo Día, ciertos elementos poderosos de la Asamblea Legislativa --- quisieran
destruirla y jugar a los topos o a las cartas con unos inversionistas privados
que se desconocen, pero que mueven los muñecos desde detrás de las cortinas, y
sobre los cuales el pueblo ni los usuarios tendrían ningún poder que no sea el
lamento borincano, como era el caso antes de crearse la Autoridad.
La
única oportunidad que estos buitres que hoy actúan desde la sombra tienen de
lograr sus propósitos es que la gerencia de la AEE los complazca con su
incompetencia y su voracidad de repartirse los haberes del pueblo en la
Autoridad. Si no limpian su
desempeño de las sombras de la corrupción, la Autoridad le caerá como guanábana
madura en la falda de los nuevos colmillús, cerrando así el ciclo histórico de
1940-2014.
Estamos
ante un experimento crucial de capacidad, voluntad, y convicción ética sobre
para qué es el Estado democrático y el Bien Común.
Si esto
último se da, estaremos ante la misma claudicación que se ha dado en los últimos
22 años en el área de la salud:
con los dineros disponibles, se ha declarado incompetente al gobierno y
a las profesiones y recursos de la salud para administrar un sistema público universal --- en acceso, continuidad y
pago ---, por lo cual hay que entregar el dinero del pueblo a los comerciantes
privados de la salud y el dolor humano.
Así no
hay patria o pueblo del cual nos
enorgullezca formar parte. Porque
ahí también se habrá ido la luz.
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