Desde
los albores mismos del siglo 20, correteando por la imprenta de su padre, Luis
Muñoz Rivera, Luis Muñoz Marín conoció lo que más tarde llamó “la subcultura
republicana” de José Celso Barbosa, Rafael Martínez Nadal y Miguel Ángel García
Méndez. Esa subcultura adoraba el
capital, el dinero, la pequeña oligarquía del café, el tabaco y la caña de
azúcar y a sus instrumentos representativos del gran comercio y los abogados
políticos que lo manejaban.
Su dios
era el dinero, su patria los Estados Unidos, y su credo político un gobierno débil
que permitiera la explotación privada del trabajador. Eran, aquellos republicanos, hasta 1940, dueños de la
tierra, de la hacienda, del comercio, y de la Legislatura insular, donde sus
abogados hablaban por sus clientes.
Elección
tras elección, todo se iba transformando en Puerto Rico --- especialmente
después de 1940 --- menos los republicanos. No en balde el mote efectivo de “son los mismos” con una
subcultura heredada desde los primeros años del siglo, y ¡asombra, lector,
todavía hoy!
Acaban
de salir para la sala pública al desnudo, sin ropa y sin recato, a defender la politiquería
dentro de las agencias de gobierno para que el servicio dependa del partido y no
de la obligación moral de responderle al ciudadano en sus necesidades.
Es el
colmo de la desfachatez atacar la propuesta generosa del Gobernador para que se
legisle para asegurarle al ciudadano un servicio eficaz y honesto, no importa
los colores y los partidos.
Debieran abrazar la propuesta, ya que como partido de minoría serían los
principales beneficiarios de una administración pública honesta, objetiva,
igual para todos los ciudadanos, al margen de los partidos. Por el contrario, han reaccionado como
adictos a la droga del abuso del poder, de la politiquería burda, de la ramplonería
administrativa.
¿Cómo
debieron acoger la abnegada propuesta de Alejandro? De dos maneras.
Primero, reconocer el gesto de rescate del servicio público de manos de
politiqueros vulgares, y darle el prestigio moral que una vez tuvo, de 1942 a
1968. Segundo, colaborar para que
la ley que estableciera ese principio de objetividad administrativa fuera la
mejor posible. Pero no, porque ya están
organizando pequeñas tribus irracionales en el gobierno para sabotear, para atornillarse,
al margen de los méritos y las capacidades. Porque para ellos el gobierno no es para servir a todos por
igual sino para lucrarse con poder y con dinero.
Hoy, a
la altura del 2014, podemos evocar la frase inolvidable de Muñoz sobre los
republicanos: ¡“son los
mismos”!
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